Incógnitas de la piedra
Antonio Oviedo
Especial
Con éste su último libro, Oscar del Barco (Bell-Ville, 1928) interrumpió, brusca e inesperadamente –pero nunca sabremos hasta cuándo–, las formas empleadas en al menos sus cinco libros precedentes: tú-él, dijo I, dijo II, poco pobre nada, y diario. Todos ellos se fundaban, mejor dicho, forjaban poéticamente sus enunciados en unas muy ceñidas estructuras, despojamiento sería la palabra indicada o capaz de describirlas; e incluso, si fuera menester apelar a una mayor precisión, habría que llamarlas carentes de ornatos.
El empleo de las minúsculas en los títulos también era una señal que reafirmaba la misma voluntad de concisión. ¿Vuelve espera la piedra hacia una etapa anterior en la cual subsistiría una suerte de momento todavía provisto de irradiaciones verbales que ejercen su atracción sobre la escritura actual?
No se podría dar al respecto una respuesta demasiado tajante. Lo cierto es que la literatura jamás suele cerrar del todo lo que parecía haber concluido o lo que se hallaba en un estado de engañoso agotamiento. En síntesis, tal vez existan núcleos que permanecían larvados, y en los que la sensibilidad y la versatilidad de un autor descubre nuevas incógnitas determinantes para volver sobre pasos ya dados.
No sería, asimismo, equivocado remontarse hasta los poemas de Variaciones sobre un viejo tema (publicado en 1975, aunque su redacción data de 1962) o hasta los de Infierno, que fue editado en 1977 en México, e incluso hasta los tres relatos largos de Memoria de aventura metafísica (1968), de todos ellos proceden ecos que ahora resuenan en los 2046 versos de espera la piedra, y que también ahora son recobrados a partir de elaboraciones verbales dispares.
¿Cuáles son esos ecos que persisten con modulaciones inconfundibles? Los surgidos de una sintaxis que Oscar del Barco ha logrado forjar con un sello propio y que opera mediante recurrentes fracturas de la ilación gramatical. Esta última observación quedaría incompleta si no se aclarara que dichos cortes producen, gracias a los nexos imprevistos si no opuestos entre palabras o grupos de palabras, una acústica desigual, chirriante, desprovista de la armonía capaz de apaciguar lo que en modo alguno busca una estabilidad duradera. En todo caso lo que el estilo poético de Del Barco quizá construye es justamente ese discurrir devorado por la impaciencia y que tiende a esquivar una continuidad más o menos lineal.
En la anterior apreciación quedó esbozado un aspecto crucial de su textualidad poética. Aspecto en virtud del cual sus "temas" (desdicha, padecimiento, locura, violencia, caída, fragilidad de los esfuerzos, fatalidad de la intemperie) son el objeto de una escritura que una y otra vez apela al in crescendo para robustecer sus permanentes recomienzos. Nada aquieta entonces este movimiento de sonoridades divergentes, si bien a veces los borbotones de imágenes se repliegan y sus páginas dan cabida a pausas muy breves.
Aunque parezca una afirmación, en realidad el título de este libro formula una pregunta que dice: ¿espera la piedra? Las respuestas circulan una y otra vez por los versos de este extenso poema. Suelen registrar cosas disímiles, pues a menudo la piedra se convierte en un leit motiv. En el cual se inscriben sus vibraciones, su inercia, sus intersecciones con el tiempo o con la alucinación, su hallazgo casual, su dimensión de lápida, su capacidad de golpear, su relación con el aire, la luz, el agua, la carne, los recuerdos. De ella también brotan palabras, como ocurre con la poesía de César Vallejo. Una espera que no la inmoviliza, Del Barco así la concibe, sin dejar de interrogarla.
Poesía
"espera la piedra", por Oscar del Barco, Alción Editora, Córdoba, 2009, 65 páginas. Precio: $ 40.
Máximo Mínimo
de
Adriana Musitano
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