lunes, 20 de diciembre de 2010

Novedades: "Duda Patrón" de Federico Spoliansky



29 de Noviembre. Biblioteca Nacional.

En homenaje a la escritora Hebe Solves se presentó: DUDA PATRÓN, de Federico Spoliansky.
Leyeron: Paulina Vinderman, Susana Szwarc, Natasha Litvinova y Serguei Nikiforov.


Toma la ballesta sin saber qué es la caza, es bailarín. Escondido en un palco observo cómo organiza un bosque sobre el escenario. Un bosque no es territorio mudo, es un puente colgante sobre el dosel de los árboles, una cerda sobre el labio, un colmillo en el mentón. Las zapatillas de baile se hacen oír sobre el caucho, embiste la espada, touché, sólo es baile si es bongó. Una luciérnaga cosida en las puntas trae luz a una madriguera que jamás se hubiera podido vislumbrar. El bailarín cierra el acto rodeando el lago, ya no estoy reclinado, ahora soy un eucalipto, dejo que me parasite.


Me gusta el trote del caballo, la esclavitud de la arena, los collares de Birmania. Siempre que entro en detalles lo hago mal. Si en lugar de escribir cantara liberaría a las mujeres cuello de jirafa, al caballo del bozal. Dejaría a los párpados caer sobre las fundas, sería un níspero, una palta o la cáscara de un coco, no detendría la soberanía del viento. Quedaría el agua, los restos del día, las torpezas del día son el día, no sería necesario desterrarse.
Da miedo pensar que un bozal o una ristra de collares puedan impedir el trote.
Ser testigo.

Habla de la enfermedad en tercera persona.
Los sobrevivientes quieren volver, escapan del refugio, la paz es tan incómoda que se suicidan para confirmar la explosión, buscan estar a solas con ella, vivirla una vez más en el cuerpo, el mundo que conocen permanece en ese abril. Piden volver, no al lugar, al hacinamiento que los sorprendió dormidos. Aman la tierra natal, tropeles de plomo y cobre suben por los aljibes. Algunos han quemado sábanas, se han arrojado alcohol, encendido el cuerpo y salamandras para volver. Volver y que se reavive la Ucrania del útero radioactivo. Otros imitan la ceguera de los pájaros, el balido de los ciervos, las náuseas prosperan debajo de los pies. El casco urbano que una vez los albergó habita postales de saqueadores y aventureros. No se vacía el refugio por las muertes, el recambio de comarcas devuelve gritos a los territorios del borde, el poder los ha transformado en mendigos, a gusto en la miseria.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Presentaciones Diciembre

Alción Editora

tiene el agrado de invitar al cierre de su año editorial

y a la presentación de

Los nombres del fantasma

de

Carlos Surghi

(1er Premio Fondo Nacional de las Artes 2009 – Ensayo)



El banQuete Nº 10


Presentan: Cecilia Pacella – Flavio Lopresti

Miércoles 15 de diciembre de 2010

19:30 hs.

Centro Cultural España Córdoba

Entre Ríos 40

Córdoba – Argentina


Presentaciones Diciembre

Alción Editora

tiene el agrado de invitar a Ud./Uds a la presentación de

La Academia de Piatock

de

Alberto Szpunberg


el orfanato

de

María Malusardi





Participan: Ciro Bustos, Dany Goldman y Paulina Vinderman

Sábado 11 de diciembre

17 hs.

Biblioteca Nacional - Sala Juan L. Ortiz

Agüero 2502

Buenos Aires - Argentina

martes, 7 de diciembre de 2010

Presentaciones Diciembre

Alción Editora
tiene el agrado de invitar a Ud/Uds a la presentación de


Frágil memoria de muertos - La chica del volcán - Confesiones impersonales
Diego Tatián - Silvio Mattoni - Carlos Schilling


Viernes 10 de diciembre - 19 hs.

Biblioteca Nacional - Sala Juan L. Ortíz
Agüero 2502
Buenos Aires - Argentina


Participan: María Pía López, Anahí Mallol y Marcelo Damiani

miércoles, 24 de noviembre de 2010

jueves, 18 de noviembre de 2010

Sobre "Un bosque oriental"


Un bosque oriental de Silvina Mercadal.
Esta tarde quiero presentarles un nuevo libro de Silvina Mercadal y para iniciar este breve recorrido, que pretende ser una invitación a visitar ese paisaje que ante la sola evocación del título, poblamos de verdes y de murmullos, de intensidades que acuden a la superficie desnuda de la piel, es necesario adentrarse, abandonarse en la espesura de ese llamado que invariablemente se ofrece al peligro de extraviarse.
Estas páginas ejercen un magnetismo que atrapa en un sentido doble: el ideal, el de la lectura que instintivamente abriga la ilusión de abrirse paso entre los silencios de lo dicho y, el otro, el real, el de haber sido arrebatados por la verdura entrelazada de un bosque que habla y que respira, una umbría palpitante que guarda en la humedad de su cúpula impenetrable la acechanza de los caminos no marcados, la tentación del abandono al tanteo gozoso y terrible de las formas desconocidas.
Una entrada al bosque. Perdida. ¿Quién puede ser sino una niña la que se adentra en la enramada, la que se hunde en el espesamiento súbito de todo lo ligero, en el borramiento de los límites que anula toda posibilidad de pasar del otro lado? ¿Es posible avanzar acaso hurtando furtivamente unas señales, arrancando un puñado de hierbas que permita reconocer el sendero, convertir esa desazón en sabiduría, desparramar unas migas como los niños del cuento?, leo:
Y para salir
nada mejor que entrar
en el puro límite
hasta torcerlo
Y allí es donde el camino se estremece nuevamente para cambiar de forma, para volver a perdernos en ese linde que parecía ofrecer la transparencia de lo que salva, la menuda hierba-antídoto que deberíamos reconocer para la ponzoña de las diminutas fieras, justo a la entrada de la trampa golosa de sus guaridas.
A medida que el apacible jardín se ensombrece, una Ariadna improvisada desovilla confiada su hilo y se pierde, como si ese vínculo que la conecta con la vida, con el sentido que prolifera fuera de ese laberinto sin muros ni fosos ni escaleras no pudiera cortarse, no pudiera enmarañarse lo suficiente como para borrarse, convertido él mismo en otro signo ininteligible. Se pierde porque se pierde, se busca sin saber qué.
Con sabiduría la voz de los poemas nos advierte: “es fácil perderse en la espesura de lo nunca domesticado”, y esas palabras guardan como un oráculo la sombra que gasta en círculos la región conocida del miedo, de la pena, de la pérdida que pierde hasta la memoria de esa errancia en las regiones pantanosas de la lengua.
Un bosque oriental ofrece su radiante entrada en un solo sentido de circulación: la del extravío, la de la pérdida cuando lo que se pierde es uno mismo bogando entre las vagas señales de una densidad insondable. No hay muchas más señas que indiquen la salida porque, si existe, esa puerta puede escribirse súbitamente como una fe en el afuera, como una espera, ansiada pero demorada, del desenmarañamiento de la fronda. La espera misma crea una distancia que no se desvanece en el avance, una meta que se posterga en el deseo mismo de perderse. O quizás la salida no se encuentra sino que nos encuentra, cuando el bosque mismo desecha por fin los huesitos del cuerpo devorado, consumido por las ansias de insectos de agudo pico, de patas innúmeras. Bichitos de irisadas alas, reptiles de portentosa piel escrita, aquí y allá llevan signos que se transforman: significantes de lo monstruoso que se retuercen hasta estallar en una nueva forma, en una especie nueva que parafrasea el miedo que se evade en líneas supletorias hacia su más allá sin retorno.
Comienza el cuento cuando el linde del bosque toca con su ramaje lo que está afuera de su afuera: la historia de un bosque rayano al espanto con sus linderos y arrabales nunca terminará de decirse. Cada rama que nos engaña con su forma, que nos pierde un poco más, es otro límite de extensión escasa en su manía de alejar lo que nunca va a ninguna parte. Partidas que no se emprenden, llegadas a las que no se llega.
Entre los versos se dilata un transcurrir de demoras y bifurcaciones de la niña perdida por senderos irregulares. El bosque es un territorio hostil para perderse, para ser arañado por filosas ramas que rozan y que dicen, que dibujan en la piel extraños signos, vagas letras de un solo trazo, indescifrables dibujitos de insectos tatuados en la piel, esas ininteligibles siluetas, especies cifradas cuyo trazo único oculta un mensaje que quizás, finalmente, nada diga, sino el vacío de la herida, su cicatriz, su marca ya indeleble; leo como en un arcano:
me detenía y comenzaba
a andar con el acertijo
rozando, no la respuesta
y perdida…
Este bosque como en los cuentos está lleno de peligros pero esa voluptuosidad de perderse existe siempre en el sentido recto del sendero y de la fábula. Aunque se encuentre mil veces bifurcado, el camino conduce siempre al claro, la vereda llega tarde o temprano hacia el reencuentro de todo lo perdido. En Un bosque oriental esta salvación ilusoria no es posible. La fronda se adensa a medida que se avanza pero no con la oscuridad de los signos sino con el incandescente resplandor de su vacío, con la creciente consternación ante lo que, aunque terrible, se abre plenamente a la desnudez de su desgarro. Sus lindes, siempre postergados, se abren al porvenir como la piel curtida de la presa, esa ganancia funesta de una pelea cuerpo a cuerpo con la mitad silvestre de todo.
Botánica y zoologíca, la historia imposible del bosque se escribe también más allá de la palabra, que permite prosperar en los bordes la corporalidad alucinada del signo que bien puede cundir en seres nuevos. Los grafismos de Mauro Cesari que acompañan el texto confirman que entre el signo vacío en su unicidad irreductible y el contorno caprichoso del insecto, del cuerpo indescifrable de la bestia diminuta, existe apenas la vacilación de un trazo, el azar inhumano de la vibración del pulso que todo lo trasforma y lo ofrece al vértigo de lo posible. Cada signo errático traduce en su idioma imposible la cifra de esa deuda, de una falla de la lengua que prolifera en la región boscosa del poema. Esa posibilidad de tocarse, de encontrarse en el vacío de los nombres otrora deplorados, se abre en el límite entre carne y mundo, con el punzón de ramas escribiendo sus señales: mensaje encriptado de su alteridad significante. Y aquí la escritura está más cerca de la humedad visceral de la vida que de la mera linguisticidad poética. En su carnalidad cercana a la biología más elemental, emerge un bosque de poemas, esa densidad para perderse y confundir el camino no siempre equivocadamente.
Cada nervadura se escribe en este nuevo herbario de especies petrificadas, cada frágil brizna es una señal difusa de la vida subterránea de todo. Y estas páginas son también un bestiario que remonta el recuento de la entomología fósil del cuerpo hacia su origen feroz, hacia el anonadamiento del bicho sumido en la enajenación voluptuosa de la sobrevivencia.
Lo agudo, lo erizado, lo encrespado, lo turbio de la lengua que hiere o acaricia con sus afilados aguijones es el poema. ¿Pérdida inesperada? Accidental o no, internarse en la espesura acaso no tan desconocida no debe ser leído sino como el escarceo verbal de ese sendero, la búsqueda constante de una amada sombra que hace tanto tiempo se perdió en la umbría que no basta despertarse para recordar desde cuando se la seguía.
La reciedumbre de ese follaje verbal hiere la piel hasta lacerarla, hasta escribirla como la máquina infernal del castigo soñada por Kafka, en pesadillas que traen guardias que no guardan, menudas bocas dispuestas a la depredación paciente, al saboreo deleitoso de la presa. Un sutil esqueleto de araña o de avispa sostiene la fragilidad vacilante de ese lenguaje bajo la bóveda omnívora de lo verde. Es el gruñido, el garabato, antes que la palabra, el signo vacío desatado a su plasticidad emergente, el mensaje desbaratado en su materialidad significante, significado hecho girones por las fauces del deseo, por la sola expectación de los delgados picos prestos a libar.
El cuerpo parlante le da voz al cuerpo animal y el resto es escama, pluma, colmillo, garra. La parte del todo se juega en un contrapunto de extravíos: la suave piel de la viandante parasitada por la fiera, por la infamia de lo que corre entre la maleza y no se deja ver; leo:
colibrí, iguana, culebra
fuga el cuerpo parlante
no en rigores sino en visión
alzado.
Ya casi a la salida podremos acaso ver una luz, rendirnos ante la evidencia de que en todo laberinto tendrá alguna vez que despuntar la claridad, dice un poema:
En los linderos cuelgan
pequeñas lámparas
puertas hechas
de un trance
abren caminos
en la maleza.
Los innumerables diminutos ojos de las pequeñas figuras, vegetales y bestiales, que se entrelazan entre los versos, como en el sueño premonitorio de Grandville, nos observan desde la espesura abovedada. ¿Cómo podremos advertirlos, deberemos doblegarnos a la vergüenza de sabernos perdidos y encontrados como niños de antes, pero más que antes? Esa acechanza es, estando abandonado en la floresta poética, una forma de felicidad verdadera. La vegetación tremolante de ese bosque, nos saluda.
Adriana Canseco.


miércoles, 17 de noviembre de 2010

Nuevas Ediciones!

Gesualdo Bufalino ► "La amarga miel"

Edición Bilingue
Selección, traducción y prólogo: Ricardo H. Herrera



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Nuevas Ediciones!

Wallace Stevens"El elemento irracional en la poesía"

Traducción: Patricia Gola


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lunes, 15 de noviembre de 2010

domingo, 24 de octubre de 2010

jueves, 21 de octubre de 2010

Comentario "Confesiones impersonales" de Carlos Schilling


EL CABALLERO, SU ENAMORADA Y LA MUERTE

Marcela Rosales

Éste bien podría haber sido el título de “Confesiones impersonales” –el libro que Carlos Schilling acaba de publicar– si el poeta hubiera nacido en el Renacimiento y se hubiera adelantado a la pintura de Hans Baldung Grien (1484-1545) que lleva tal nombre. Se trata sin embargo de la obra de un contemporáneo que es también un poeta singular, incasillable, sin fobias literarias esnobistas, que no camufla rima con ritmo cuando la necesita por ejemplo para contar todas las vidas no cumplidas en su vida; la vida de un hombre aún joven que descubre en el espejo de las muertes de otros, la muerte propia. Pero hay para él una muerte que es única y, por eso, “toda la muerte”, o al menos, así quiero leer yo la declaración de amor eterno de este juglar-caballero que ofrece a su amada apellido y morada en un poema [dice el Poeta: “Que conste en actas: nombre: / Sra. Marisa Badino de Schilling; / domicilio legal: este poema”].

Ahora bien, si como estatuye el poeta-jurista un poema será el “domicilio legal” de un matrimonio que no fue y al que la muerte decretó finalmente imposible, entonces el libro que lo contiene podría perfectamente describirse como un patio en galería –semejante a aquellos de las Iglesias medievales que eran a la vez atrio, osario, asilo y campo de juegos– de la casa que el enamorado construye y en el cual intentará negociar con la muerte “palabras por vida”. Un espacio sin tiempo que recrea esa especie de promiscuidad que re-ligaba a los de este mundo y los del otro, cuando las casas de los muertos eran un lugar de encuentro y reunión para bailar, jugar, comerciar o simplemente estar juntos. O un tiempo sin espacio que revierte las distancias entre aquel pasado remoto de la “muerte domesticada” y este presente de la “muerte prohibida” –vergonzosa y objeto de censura para nuestra sociedad de la “juventud eterna”– y de la “muerte aceptable” para los sobrevivientes que, escribe Philippe Ariès, “sólo tienen derecho a emocionarse en privado, a escondidas”. Éste del “lenguaje único” de los que “trafican con los muertos”: el mundo de los que, como dice el Poeta “carne quieren, y carne no tendrán”.

Pienso entonces en una galería imaginaria –único hogar posible del infausto enamorado– que conecta ambas dimensiones y se extiende al infinito conformando un universo nuevo construido con versos como muros giratorios: de un lado, carne, huesos, piel, dientes, uñas, vísceras, venas, nervios, sangre, lágrimas, boca, lengua, baba; del otro: luz, neblina, alas transparentes, hadas, brujas, elfos, fantasmas, humo de amapolas, viento cósmico, ceniza, sal, figuras descarnadas, espectros, sombras. Muros que giran veloces sobre sí mismos como trompos incandescentes, hasta que “el mundo sumergido de los sueños” se confunde con éste del mercado donde “todo tiene precio” –inclusive los “cuerpos fugaces de los nenes”– y lo invade y lo devora todo hasta que la niebla se disipa y podemos “ver en cada cero/ un ojo que refleja en su retina/ la imagen de otro mundo, más sensible/ a los deseos, más cercano al sol/ que nos quema y nos funde desde adentro/ en su moneda de ninguna cara”. Porque, nos revela el Poeta, la muerte no tiene ojos, como creía Pavese, ni los ojos muerte: “la orden es mantener los ojos tan cerrados/ como puños repletos de monedas/ y apostar sólo a la visión fugaz/ de una imagen…/ que genera su propio cielo y sube/ hasta ser ella misma las estrellas…”.

Llegada a este punto ya no puedo sino correr detrás del poeta-conejo que brinca de un lado al otro del muro para servirle el té de las cinco a su Alicia: dos mesas “una en este planeta, la otra en Marte”. Como Alicia, imagino, me siento invadida por una oscura sensación que oscila entre el deseo de desentrañar la lógica de ese “mundo-otro” que promete revelarme algo esencial sobre el “mundo-éste” en el que vivo, y la esperanza inconfesable de que no haya otra respuesta que el juego mismo inacabable de nacimiento y destrucción. Un juego sin reglas prefijadas, ni sentido alguno, donde todas las reglas y todos los sentidos son posibles. Un mundo “libro-eterno” como quería Borges, donde poesía y filosofía, mis dos pasiones (y las del Poeta) sean las agujas siempre superpuestas del reloj que lo rija.

Mis ojos se acostumbran finalmente a ese universo paralelo – neblinoso y fulgurante como una supernova – por cuyo origen y destino disputan ya el dios-caballo – “rey de un mundo más variable/ que los sueños” –, ya el dios-verano ante quien responde el sol, ya el dios-poeta-padre que quisiera ordenar las horas en un nuevo destino impersonal “para borrar de los ojos del hijo su sentencia de muerte”. Un destino nuevo, “para sí mismo y para cada mundo/ que hay en sí mismo”, donde las confesiones son siempre impersonales porque el poeta-dios es una y todas las cosas (impulso mineral, vegetal, animal, muerte disfrazada de princesa o policía, vida-abuela-Blan-ca de sílabas abiertas) y por eso mismo, no es ninguna cosa en particular, mucho menos una persona; pero también porque no cree en un “Dios-otro” ante quien confesarse y porque los versos con los que confiesa su amor a la amada inmortal son el aire que lo despoja de la carne “que nunca sentirá como tu carne” y “los funde en una sombra menos fugaz”.

No, Poeta, no hay realmente –y creo que Silvio (Mattoni) coincidiría– demasiados versos en el mundo para dar voz a todos los hombres y mujeres que aún no hemos sido; no son suficientes todavía para cantar la canción de las últimas horas (que son siempre también las primeras) porque “existen demasiados seres/ en cada ser y demasiados mundos/ en cada mundo y nunca se terminan (…) las horas y minutos y segundos/ que faltan (…) para conocer que en la A ya está la Z”. Simplemente no alcanzan porque ya sabemos que “nunca termina la canción del carnicero” y que “los simples cuchillos son (nuestro) propio revés”, pero aún no hemos aprendido “que las sobras son la obra completa” y “qué certera ilusión es la tercera, después del sí y del no”.

Y sí, es difícil olvidar y cerrar los libros, sobre todo uno como éste de confesiones impersonales, donde el papel, soporte efímero, se convierte –como en las mourning pictures, para concluir con otra analogía pictórica– en un monumentum al amor y, sin contradicción (o con contradicción, como diría Whitman), los versos componen un canto interminable que transforma el recuerdo en mar y en viento para que “en ninguna voz persista el sonido” de la voz amada y pueda el Poeta, él también como el hijo, tener un destino impersonal.

jueves, 14 de octubre de 2010

Novedad Octubre: Diego Tatián



Maneras de lo frágil

Una lectura de Frágil memoria de muertos de Diego Tatián (Alción, Cba, 2010)

Que cuando lean Frágil memoria de muertos de Diego Tatián, sean otros los lectores que hablen de las posibilidades e imposibilidades del así llamado “cuento corto”, de los usos de elementos y características pertenecientes a lo que se puede reconocer como un cierto género fantástico; que sean otros los que hablen y piensen profundamente en las marcas de la historia y de la política en estas narraciones. Que sean otros porque no podría yo hacerlo aquí, ahora: temo equivocar el lenguaje. Yo quisiera hablar de la fragilidad. De la fragilidad y acaso de la delicadeza. Quisiera hablar de esa fragilidad que en estas narraciones se evidencia tanto en su trasparencia como en su imposibilidad. La fragilidad que convive con la muerte, fragilidad que es la memoria y al mismo tiempo es el olvido de la memoria; fragilidad que es la memoria en el olvido, el olvido en la memoria; fragilidad que incluso es el no poder de la memoria, o sea, el olvido: el olvido inmenso que conllevan los recuerdos de lo inmemorable.

Pero no quisiera hablar tanto de la fragilidad cuanto de lo frágil, de esas maneras de lo frágil que los textos apenas dicen, si es que es esto fuera posible. Como si lo frágil tuviera el lenguaje como espacio. Maneras de lo frágil que estos textos rozan, rodean y evidencian, pero justamente al hacerlo, lo desgastan en su misma evanescencia. No hay figuras o ejemplos de lo frágil, tales como personajes quebradizos, o tonos débiles, o escenas de desvanecimiento. Hay maneras, modos, gestos de algo que se inclina sobre su propia inconsistencia con la única certeza de no poder vivirla.

Si por el lenguaje, lo que creemos que sabemos de nuestra vida es tan sólo recuerdo, si nada de lo que vivimos es la inmediatez de lo que creemos que sucede, entonces lo frágil se vuelve la manera de una mirada que registra ese leve, casi imperceptible momento donde algo roza su imposibilidad. Tanto por lo sucedido (de lo que no puede decirse siquiera que sucedió), cuanto por lo aún no sucedido (de lo que no puede afirmarse más que su pre-sentimiento), los gestos de lo frágil, sus maneras de rozar los cuerpos y las miradas, se instalan en la voz que narra pequeños sucesos donde las superficies se estremecen, donde algo así como breves secretos brotan y se evaporan en un vaivén irremediable.

En estos textos, siempre parece haber un alguien conmovido por el sino del tiempo, por el centelleo tembloroso de lo aún no acontecido, por el cuerpo proyectado a su propio simulacro en una fragilidad apenas sospechada. Fragilidad de lo imperceptible: o paso fugaz de lo que aún no ha aparecido, o confusión de los instantes en el tiempo que hacen el juego de los simulacros, las frágiles imágenes que no tienen origen, puros reflejos de nada que pueda afirmarse que ha sido. Un estremecimiento del tiempo conllevan estas narraciones, vacilación que lo frágil traduce en maneras más que en acontecimientos, en modos más que en conmociones, en temblores más que en rupturas.

Pero hay un elemento omnipresente en estas narraciones que quizá podría rebatir nuestra tímida teoría de lo frágil: hablamos de la presencia de un espacio privilegiado en estos textos, de la casa. “Una casa es siempre más que una casa” dice un relato, “una casa desaparecida debajo de ella misma y de la vida” dice otro, y podríamos multiplicar los ejemplos pero siempre es la casa, espacio comunitario, lugar de lo más propio, juego de pertenencias, zona de la intimidad; y sin embargo, la casa se revela como el lugar de la fragilidad de la memoria y de la repentina aparición de lo desaparecido: lo más propio resulta lo más extraño, un mundo desconocido que habita en lo cotidiano. Y así, la casa, lejos de contradecir, alberga otras maneras de lo frágil: una sombra que aún no es, la frescura del piso sentido por un cuerpo que olvidó ser joven, un patio sin árboles empapelado de sábanas, un techo como espacio de la evidencia del tiempo en el tejido de las arañas, una maceta rescatada del olvido de la tierra con un nombre imposiblemente recurrente, el chillido de un animalejo sacrificado en la alegría de la inutilidad, una bestia carcomida por la inocencia no aprendida, un instante donde hace eco el horror. Y quizá, entonces, podamos arriesgar ahora una -temerosa y siempre provisoria- definición de lo frágil: rastros, marcas, huellas, que hablan de la débil contundencia de las cosas, del rebatimiento de la certeza de que la vida es vivida por los vivos. Ni la vida por los vivos ni la muerte por los muertos: hay un tránsito de una a la otra, un vaivén que devela algo así como una zona donde lo inesperado evidencia la continua confusión o la inherente continuidad de la vida y de la muerte.

Lo que quisiéramos leer en Frágil memoria de muertos entonces es la repetición de una misma experiencia: esa que sabe que algo que se cree de otra parte se cuela en lo más propio, se filtra por la trama de las palabras y se hace un pequeño abismoen el abigarrado cúmulo de acontecimientos que llamamos mundo”. Nosotros transitamos las cosas como si nada, dice uno de los textos, porque las cosas demandan una fe que aceptamos sin saber, y es esa fe en los acontecimientos, en la creencia de que vivimos una vida, lo que no nos permite vislumbrar las imposibles manifestaciones de lo frágil. Desandar la potencia de esa fe en las cosas significaría adoptar la tenuidad, la imperceptibilidad de lo insignificante y de lo minúsculo, de lo que no podríamos asumir en su plena expresión sin destruir lo que construimos como nuestra más preciada pertenencia, esto es, la vida misma.

Así es el mundo de estas narraciones: lo imperceptible sin voz sumergido en un “brevísimo secreto”, abrazo de lo frágil, disolución de lo incesante, muerte sin quejido, amor interrumpido por el sacrificio, erotismo perdido en la mirada, música escrita para el silencio, nombres que vuelven sin motivo, el horror oculto en el milagro, noches que se pierden, manos cubiertas por la vergüenza, bondad inútil aprendida en la noche de los que sueñan, alimento de lo inesperado, germen de lo suspendido. Es el “derrubio” -como se titula uno de los relatos- una manera por la que lo frágil se manifiesta, un derribe de los cuerpos en la mirada que goza lo que no puede de otra forma tener: la derrota de la piel, la extrema fragilidad de las superficies, ése el frágil secreto que se olvida en la memoria de los muertos.

Como “un hilo que no se anuda en ninguna parte y conduce a un mundo desconocido”, así lo frágil pone en evidencia la terquedad de nuestra mirada que dice saber lo que mira, que dice mirar lo que sabe, que cree saber mirar lo que ve y cree poder decir lo que mira; terquedad quebrada en su extremo imperceptible, cuando ya nada resiste a la explicación. Punto en el que todo se derrumba, no estrepitosa sino levemente: ése es el momento en que lo frágil aparece para desaparecer en el mismo instante, “misteriosa ley” que juega a ser en el mismo momento en el que deja de serlo. Un desencadenamiento irrefrenable se produce por el tiempo que al pasar ensucia las cosas y las vuelve a su revés, ocultando la incógnita misma de que sean. Es la delicadeza de esas maneras en la que las cosas se devuelven a su misterio lo que acaba por registrar esta mirada: gestos mínimos que ahora cobran una dimensión incalculable, la vida misma que se creía vivida por uno resulta ser la misma vida que también otro vivía. “Alguien ya había vivido mi vida” dice uno de los personajes, dando testimonio de la ajenidad con la que convivimos y marcando otra posible -y mucho menos terminante aún- definición de lo frágil: los muertos visitan a los vivos y lo insignificante se magnifica en ese murmurio que hace lo desconocido cuando las palabras intentan decirlo.

Y así, lo frágil evidencia la curvatura de la razón, la resolución de una línea recta en la locura, en la tristeza de las criaturas que saben del rodeo donde se revela la debilidad que sostiene las cosas, las palabras. Mundo en el que el silencio está hecho de ecos, ecos que envuelven y se desvanecen, mundo de címbalos, distancia de sonidos tan imperceptibles como insoportables, ecos del inicio del mundo, ruidos inexplicables que se elevan desde el fondo de lo frágil, siendo acaso la misma voz lo más frágil que pueda pensarse. Entre la voz y la muerte se abre esa tensa dimensión de la experiencia del lugar de una en la otra y viceversa. Pero entre la voz jugando el juego de lo frágil y la muerte como la memoria que olvida, se despliega el morir como un movimiento de lo que va hacia la muerte, como un gesto que todavía pertenece a la vida y que aún no es de la muerte. Lo frágil se agazapa en la noche perdida de los que advierten que el mayor secreto es que algo viva, que algo haya vivido, que algo pueda vivir. Y el morir derrota esa potencia de la fe en las cosas, hace asumir que lo frágil está en el desvanecimiento mismo de lo que parece ser.

Gabriela Milone

Novedades!







Índice




A modo de prólogo. Fabiola Orquera 7



Capítulo 1. Daniel Campi y María Celia Bravo: 13


“Aproximación a la historia de Tucumán en el siglo XX.


Una propuesta de interpretación”



Capítulo 2. Marcela Vignoli: “Formación de un 45


campo intelectual en torno a la Sociedad Sarmiento


de Tucumán entre 1882 y 1914”



Capítulo 3. Oscar Chamosa: “Entre la zamba y el foxtrot: 73


La elite tucumana frente al desafío de la cultura de masas,


primera mitad del siglo XX”



Capítulo 4. Soledad Martínez Zuccardi: 107


“Afirmación de la literatura y del perfil de “escritor”


en la década de 1940. La revista Cántico y el grupo La Carpa”



Capítulo 5. Liliana Vanella: “Los años ’30 en la 135


Universidad Nacional de Tucumán. Apogeo de los reformistas


y su polémica con la oligarquía liberal”



Capítulo 6. Diego J. Chein: “Provincianos y porteños. 161


La trayectoria de Juan Alfonso Carrizo en el período de


emergencia y consolidación del campo nacional


de la folklorología (1935-1955)”



Capítulo 7. Ana María Risco: “Pioneros del 191


periodismo cultural del NOA. La Página


Literaria de La Gaceta y la importancia de ser los primeros”



Capítulo 8. Alejandra Wyngaard: “El movimiento 213


plástico tucumano en los años sesenta”




Capítulo 9. Illa Carrillo-Rodríguez: 239


“Latinoamericana de Tucumán: Mercedes Sosa


y los itinerarios de la música popular


argentina en la larga década del sesenta”



Capítulo 10. Fabiola Orquera: “Crisis social 267


y reconfiguración simbólica del lugar de pertenencia:


sentidos de la “tucumanidad” en un contexto


de crisis (1966-1973)”



Capítulo 11. Ricardo Kaliman: “El canto de la 295


dicha verdadera. Pueblo y utopía en letras del


folklore de los ’60 y ’70 en Tucumán”



Capítulo 12. Mariano Mestman: “Los hijos 319


del viejo Reales. La representación de lo popular


en el cine político”



Capítulo 13. Mauricio Tossi: “El grupo “Nuestro Teatro” 345


y la dramaturgia de Oscar R. Quiroga.


Tucumán (1967-1975): indagaciones estéticas y


posicionamientos políticos”



Capítulo 14. Emilio Crenzel: “El Operativo Independencia 377


en Tucumán”



Contribuciones especiales: 403


Capítulo 15. David Lagmanovich:


“La Literatura de Tucumán” (1974)



Capítulo 16. Gaspar Risco Fernández 419


“El Consejo provincial de Promoción Cultural” (1969),


“La promoción de la cultura en el interior de Tucumán” (1971)


y “De la impaciencia a la desesperanza” (1970)



A modo de epílogo: “Ese remanso de la noche…” 435


[Entrevista a Juan Falú]



Información sobre los autores 445








Índice



Agradecimientos, 9


Prólogo: Un diálogo en la distancia: La Habana Buenos Aires, 13


en el medio siglo, Celina Manzoni


Introducción, 17



Capítulo 1: Escenarios, recorridos y deslices, 27


(para llegar a Sur desde la isla)



1. ¿Americanismo u occidentalismo?, 29


2. La América del Norte ¿un capítulo aparte?, 41


3. Las trampas de la Modernidad, 45


4. La ruta Orígenes-Sur, 57


5. El meandro de Rodríguez Feo: Henríquez Ureña, 77


6. El espejo: Henríquez Ureña en Sur, 85




Capítulo 2: Escena de lectura argentina en Orígenes, 91



La escena de las reseñas, 93


Borges y Vitier, encuentro con Las ratas, 93


Vitier, lector de Borges, 101


Una conversación entre mujeres, 106


(el diálogo entre Fina García Marruz y Silvina Ocampo)


Rodríguez Feo sobre Macedonio: una crítica sobre el humor, 113


2. La escena de los repertorios comunes, 116


2.1. El caso Ortega, 112


2.2. El sobreentendido Mallea, 121


2.2.1. Mallea en Sur, 133


3. La escena de las notas críticas, 139


4. La escena de las colaboraciones, 147




Capítulo 3: La ruta argentina de Virgilio Piñera, 157



Cómo circuló Piñera en la literatura argentina, 159


Piñera a viva voz, 164


3. Para llegar a Borges (o la cita im-posible Borges, Leonor y Piñera), 186


Bianco, lector de Piñera, 189


La experiencia de sus “revistitas”. Una lectura al revés de, 195


Orígenes y Sur


Una lectura cultural desde la periferia, 202


La escritura autoconsumida, 211




Capítulo 4: La ficción sin límites, 215



Descentramientos, religaciones y diásporas en la ficción piñeriana, 215


1.1. Piñera y el canon de la constelación Borges, 226


1.2. Tantalus o la autoconsumación del canibalismo, 242



Conclusiones parciales, 249



Conclusiones finales, 251



Bibliografía, 255




martes, 5 de octubre de 2010

jueves, 30 de septiembre de 2010

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Presentación


Alción Editora
tiene el agrado de invitar a Ud./Uds. a la presentación de:


La tumba de Faulkner
de
Daniel Groisman

El día jueves 7 de octubre a las 19 hs.
En Casa de Pepino: Belgrano y Fructuoso Rivera





Participan:

Alejandra Ciuffolini y Adrián Savino


Contratapa

Estos cuentos corren por épocas diversas, pero en su mayoría tramitan una infancia iluminada por el brillo de la mercancía. De las apreciaciones que podría hacer el lector después de leer el libro, una cree ya haberla hecho el autor: “un niño que fue a Disneylandia tres veces y que tomó té con el presidente Ronald Reagan en su casa de Illinois, no puede salir indemne”.

En La tumba de Faulkner encontraremos, entre otros cuentos, “Cofradía”, “Un dilema cárnico” y “La señora Gebornlichkeit o el amor de un judaimon”. El primero recorre las derivas literarias de una noche de sexo en EE.UU. El segundo, por el título, pareciera que también pero no. Y el tercero, finalmente, es una cartografía del amor de un “Judaimon”. Es decir, un joven al que se le presentó un mundo dicotómico: judaísmo o jamón.


martes, 28 de septiembre de 2010

Presentación

Alción Editora

Tiene el agrado de invitar Ud./s a la presentación del libro

Ese Ardiente Jardín de la República

Formación y desarticulación de un “campo” cultural: Tucumán, 1880-1975

Edición y Coordinación: Fabiola Orquera



el día 1º octubre a las 19hs.

Participan:

Liliana Vanella, Ana Clarisa Agüero,

Fabiola Orquera y Claudio Díaz

Biblioteca Córdoba 27 de Abril 375

Córdoba

viernes, 27 de agosto de 2010

Sobre "La Leyenda de Jorge Bonino"



El lenguaje con sueño en el balbuceo de la noche

Un libro que escribió Héctor Libertella provocando un viaje, un regreso infinito alrededor del lenguaje que va y viene entre las matas de un paisaje recién pintado, sobre el telón de una escenografía precaria, mirando hacia unas butacas sin nadie, comienza la función, oh! Bonino estará allí esperando como detenido en el laberinto el eco de una palabra suspendida, la resonancia espiritual del decir, el cuerpo de sus ojos mirando como un niño, se abren de luz y brillan las lentejuelas doradas, las plumas del no pensamiento.

Llegará también el sueño como una dimensión de la escena, psicodelia del calidoscopio verbal, un árbol que florece a través de la noche. Formaciones galácticas en Gutemberg, el libro y la escena en la que el disfraz se convierte en fantasma. Una suma de transparencias por donde se derriten las direcciones, un recorrido sin brújula que llegará a sin destino, paseando. Se percibe en la caverna lo que la mirada rescata de la huella de la letra, estrellas desordenas, constelaciones caóticas y las reglas, el bien deber del discurso, anuladas en la risa y el exceso.

El primitivo ser mono no ha inventado o ya ha olvidado que inscribir en el orden de la gramática sin el silencio del balbuceo inicial y reconocer las puntuaciones de una proyección descerebrada, es navegar fuera del mar. Con un barquito aterriza en Europa, Bonino hunde los pies en el mapa explica como viajar lagunas extensas del dejarse llevar por los lugares del vagido, recorre la tierra sin ir a ninguna parte, opera las muecas del futuro, ser sin represión igual a ser sin representación. En el espejo no hay magia sólo atravesarlo, quedarse en él. Límite es funcionario de función y especulación de la libertad. También regresa sin nunca haberse ido hacia la infancia desde el nacimiento sin cruzar jamás a la orilla de arenas blancas del significado.

Solos, en la intermitencia de los años que dura un encuentro en la escritura, del dialogo a lo no decible, en la divagación de una entrega lúdica, del espesor sobre el amor que es el lenguaje y que el amor no puede ser hablado, el mar y el cielo se extienden y se juntan Bonino en Libertella, Libertella en Bonino.

También un silencio circular, un pensamiento espiralado que logra llegar desde la lengua en movimiento, fuera de sí, desvirtuado hacia su instancia alquímica opera en la modificación y se derrama sobre cualquier conjuro de palabras, anulado el cerramiento, lo diferente diverge en multitud de sentidos, superposiciones esponjosas de emanaciones lingüísticas. Tintas de colores, sonidos posibles, el libro es un barco de papel atravesando nuestras mentes.

La mística de la evasión, las raíces del árbol encontradas en el fondo de la tierra, enredadas en la oscuridad del mundo, utopía de perderse a sí mismo y también las ramas incendiarias, por la última fogata, bibliotecas derrumbándose mientras hojas diminutas sobreviven a la eternidad, las nervaduras crecen en las lenguas, se pierden y fugan.

En el fondo de la superficie de tinta, en el aparato lógico de las teclas, máquinas de escribir, infierno musical y visual, apocalipsis textual. El mercurio, transmigración más la resurrección de las variaciones sobre el mismo tema, aunque que podado, cortado. Libertella, Wittgenstein, Kant, Ockam o partitura de la navaja. En la cubierta del barco Bonino advierte los matices del horizonte acaba de llegar a la tierra de todos los idiomas, del único que sobrevive.

En la isla minuciosa del naufragio lo espera Alberto Greco, dialogo dimensional, epifanía de la austeridad material, sólo en el cuerpo la palabra fin, después un frágil y efímero círculo con tiza sobre las texturas del asfalto o una vereda, sobre la calle también caerán sus cuerpos, algunas flores parlantes podrán rumiar las letras de sus leyendas milenarias y únicas. Oh! en el espesor del vacío fuera de la continuidad, es el desvío un viaje de Libertella hacia el libro de Bonino para la resurrección de Greco.

Y afuera los hombres seguirán sin ellos abstraídos en su propio límite, es decir no llegarán demasiado lejos con la flechas del olvido, con la maquinaria de la correspondencia. Los médicos llegaran con las ambulancias que dice Libertella asombrados de que Bonino fuera el primer hombre plural y su leyenda el primer libro sin autor.

La potencia del derroche en una lapicera Parker de su lector utópico.

La obra maestra de evitar ser personaje, mito o sujeto, nada que subsista a las mascaradas domesticadas del yo, en las rugosidades de la lengua perder en el dni, pasaporte a lo extraño, para ser el extranjero en todas partes, en la plataforma acaracolada de un no-mito. La ausencia del escritor es en Libertella el agujero del laberinto, por allí se escapa y se pierde de vista, fina y sutilmente de sus coordenadas, la jaula se convertirá en profundidad de una iniciación más secreta, un pasadizo hacia lo inagotable.

El barco se mueve contra las olas, la tormenta modifica la vertical y la horizontal en la diagonal de Van Doesburg, el atravesamiento de la homogeneidad en el uso cerrado hacia las cosas o de las utensillos para desbastar la caverna y tallar el signo en sus paredes. Una casa habitada por las sombras de un sujeto transbiografico, invisible pero real.

Evadirse escribiendo del mito del escritor, Libertella mientras escribe el reiterado libro, logrará una acción contundente de su inteligencia única en la literatura argentina, una escritura sin escritor, el autor descompuesto en partículas de aire. Puesta la sangre en el tintero parlotea.

La literatura ha llegado a su fin con las mismas palabras que arribó a su nacimiento, 27 caracteres combinables y todas las lenguas en Bonino, poseído, robando la contingencia del devenir del habla, es un misterio que lo atraviesa. La escena es sagrada emanación de muecas y gestos irrepetibles e imbricadas como los diagramas de una pulsión delicada. Bonino escribe que piensa un libro en la comunicación con Libertella, se escriben mutuamente sin escribir, aboliendo cualquier posibilidad de dirección única hacia la mirada del autor, un vagido o una extensión de fosforencia, de algo como una vestimenta suplantará los moldes, las formas, las huellas de la normalidad.

Dialéctica del abismo escribió Vincent a Theo Van Gogh es las líneas finales de su última carta. Pues bien, mi trabajo; arriesgo mi vida y mi razón destruida a medias –bueno-pero tú no estas entre los marchands de hombres, que yo sepa; y puedes tomar partido me parece, procediendo realmente con humanidad, ¿Qué quieres? Escribió Libertella en El árbol de Saussure que Bonino decía: Los empresarios no me pagaban; entonces yo dormía gratis en escena y tenía sueños en público.

También dice que le dijo en esta leyenda transfigurada en invención de una vigilia interrumpida “Si te lo cuento en tu idioma, mi viaje no te dirá nada”, el libro además es muy bello, un diálogo, una filosofía analfabeta, un modo hermoso de abandonarse a sí mismo.

Mariana Robles.