Apertura y clausura de la metafísica en el pensamiento de Macedonio Fernández
de
Dante Aimino
29 de abril - 19:30 hs
Casa de pepino
(Belgrano y Fructuoso Rivera)
Donde está la salvación crece el peligro
Nunca tuve la ciencia ni la paciencia requeridas por las cuestiones metafísicas(o por esa sola cuestión a la que José Ramón Pérez llamaba ‘’la cuestión de la metafísica’’), y me evadía de ellas, o de Ella, por medio del humor o de la poesía; mi vanidad imaginaba que lo mismo había hecho Macedonio Fernández y le otorgaba la mayor simpatía. Pero no es la primera vez que advierto –o me hacen advertir- que las cosas suelen transitar caminos poco favorecidos por mi imaginación. Y hoy la advertencia proviene de esta ‘Apertura y clausura de la metafísica en el pensamiento de Macedonio Fernández’, tesis doctoral summa cum laude debida a Dante Aimino, que tengo el honor de presentar.
Insisto en que carezco de la sutileza necesaria para salir airoso de los laberintos metafísicos, esas notables arquitecturas de palabras que vienen y van sin rumbo aparente, y que son miradas con admiración al menos tantas veces como son apartadas con desdén, y por esta razón agradezco a este Dante que se haya transfigurado en un Virgilio capaz de guiarme, de guiarnos, por tales resbaladizos círculos. La alusión al Infierno y al Purgatorio corre por mi cuenta, ya que Macedonio entendía la metafísica como favorable a la felicidad (y así lo destaca su docto comentarista), estadio semejante al Paraíso donde nuestros pasos siguen los de la inefable y epónima Beatriz, en tanto que yo, por el contrario, aunque en la misma cuerda y tal vez en oculta armonía con esa proposición, toda mi vida me he sentido próximo al pensamiento de Borges según el cual la felicidad entraña una interrupción en el estudio de la metafísica, suficiente pero no necesaria en cuanto la infelicidad no es incompatible con la falta de preparación metafísica y necesaria pero no suficiente en cuanto abundan fidedignos testimonios de tristeza metafísica.
De dos o tres rasgos carece la metafísica, y estas carencias, propuestas y alabadas por la mayoría de los metafísicos, son las que producen las perplejidades que alimentan mi impaciencia y mi ignorancia. La metafísica, mal que le pese a los aristotélicos carece de sistema, y mal que le pese a los hegelianos carece de historia y, por esto mismo, no deja esquicios para la incertidumbre y la crítica, y entonces el espacio de su presencia, su claridad, tiene el paradójico aspecto de un museo de eternidades, eternidades que sus detractores suelen llamar anacronismos. Sirva esto para tomar conciencia de las dificultades asumidas por Aimino, quien por exigencias de su investigación debía situar históricamente el problema o bien ubicarlo en un esquema conceptual, o bien hacer una y otra cosa, además de apuntar las incertidumbres que motivaban su curiosidad y su intención crítica, porque la prueba de una tesis ha de consistir en un argumento, sea en el sentido de una narración histórica o genealógica o de una relación entre conceptos o de una combinación de esto y aquello, y ha de responder al intríngulis suscitado por alguna anomalía en el orden temporal o lógico de los acontecimientos. Si bien por una parte el tesista tenía allí un par metáforas magníficas para su asunto: un ‘Museo de novela de la Eterna’ y un autor que escribía de tal modo que el lector de seguido leyera de salteado y el lector de salteado leyera de seguido, por otra parte ese mismo decir, ese intrincado estilo afecto a los entre dichos y a los contra dichos, no menos humorístico que irónico ni menos poético que metafísico o crítico, en un maestro de prestidigitación verbal tan hábil en la polémica como diestro en el ocultamiento de fuentes, capaz de darse por nacido en el mismo instante que el mundo, desplegaba toda clase de fuegos artificiales y maniobras de distracción ante la vocación hermenéutica.
El principio y el fin, la apertura y la clausura, entendidos de manera absoluta, sin antecedentes y sin consecuencias constituyen el propósito a mi juicio inalcanzable de la metafísica; y así pareció entenderlo el autor de los textos que dieron origen posteriormente, por obra y gracia de un bibliotecario, al nombre de metafísica; es sabido que Aristóteles la llamó filosofía primera, protofilosofía, y ciencia subjetiva y objetiva de Dios, a la par que reconocía no ser el primero en filosofar y apuntaba que lo primero y lo último son relativos y que lo primero en el orden del ser es lo último en el orden del conocimiento y viceversa, por lo que la ciencia que se busca temprana es la que llega tardía. De allí que Aimino, en paralelo con la crónica de su inquietud por el tema de su tesis haya propuesto la crónica de la cuestión metafísica en el pensamiento de Macedonio Fernández y la crónica de este pensamiento en relación con sus precursores, sus contemporáneos y sus sucesores, para lo cual ha debido también proponer, exponer y entramar una colección de conceptos, un sistema que nos haga seguir, o leer de seguido, la rapsodia metafísica de Macedonio Fernández.
El sistema de Aimino no es, creo, un sistema de metafísica, que sería, de serlo, ‘el Sistema de la Metafísica’, sino un sistema de lectura de una expresión metafísica, una traslación a un ámbito de inteligibilidad de una experiencia cuasi mística, una meditación del misterio en que puede sumirnos el suponer un sentido absoluto de las palabras. Dos revelaciones, o como podría decirse, dos apocalipsis, me son insinuadas o sugeridas por estas noticias que conmueven mi barbarie, mi extranjería en estas regiones, y las expongo con una sensación mucho más aguda del riesgo que me ha acompañado a lo largo de todo mi discurso, pero que percibo ahora como el inminente peligro de caer, o haber caído, en la obviedad o en el sinsentido. Una es la idea –la figura o la imagen- de que apertura y clausura referidas a la metafísica son uno y lo mismo, que la conjunción no es meramente gramatical, sino que es la marca lingüística de una identidad ontológica. Otra, asociada con la primera, es de que la Metafísica, ella misma, se abre y se cierra cada vez por completo, sin fisura alguna, como una esfera inmóvil o como un torbellino incesante (imágenes, nadie lo ignora, insuficientes y contradictorias) y las cronologías al igual que las conceptualizaciones, y sus mutuas discrepancias y negaciones son ejercicios hacia esa meta que es su punto de partida.
En lo personal estos descubrimientos, que no alteran mi admiración por Aimino y favorecen el elogio de su obra, no dejan de provocarme una insondable incomodidad existencial (pero he leído por ahí que es obligación de los filósofos hacer que los hombres, en especial los que pasan por filósofos, se sientan incómodos) y mi Unheimlichkeitconsiste en no haber advertido que cuando imaginaba evadirme de la metafísica a través del humor y de la poesía no hacía eso, o no hacía sólo eso, sino lo contrario, o también lo contrario, y derivaba o caía hacia el corazón de la metafísica. Por lo que pregunto, ¿si esto es lo que ha logrado Aimino en la mente de un extranjero, tal vez un bárbaro hostil a la metafísica, que no logrará en ánimos más calificados y mejor predispuestos? Y concluyo con la afirmación de que sea cual sea la calificación y el ánimo del lector, con tal de que sea un lector calificado y animoso encontrará en las páginas de este libro el testimonio de, y la preparación para una singular aventura intelectual.
Daniel Vera
Córdoba 2011.