“La desconocida del Plata” de Paulina Movsichoff
Susana Chas, una gran amiga de la vida, me ha permitido el privilegio de presentar el último libro de Paulina, una novela bella y “argentina”, donde se cruzan las dimensiones de análisis más importantes de las últimas décadas: mujeres, dictadura, relaciones familiares, identidad, globalización, escritura y arte.
Con la humildad de quienes abordamos la literatura desde el placer, intentaré presentarles un análisis de los ejes temáticos que recorren la novela y la estructuran en un todo compacto y en algunos momentos, cíclicos.
La escritura de Paulina Movsichoff es llana, pero no por ello simple. A través del relato familiar, va reflexionando acerca de las grandes problemáticas que recorren esta posmodernidad, y que en nuestro país han sido atravesadas por la tragedia de la historia.
Como ya lo comentó Susana la novela narra la búsqueda de identidad de Marina Osuna, una mujer de 45 años, cuya madre fue secuestrada, torturada y desaparecida por la última dictadura miliar.
Esa búsqueda, contada como un viaje que hace la protagonista desde México, el lugar donde su familia decide enviarla para resguardarla del terror, hasta la Argentina del año 2000, escindida y agonizante ante la brutalidad de las políticas neoliberales.
Ese viaje externo de búsqueda de su madre desaparecida es superpuesto al viaje interno de búsqueda de sí misma. Paulina juega con las temporalidades del afuera y el adentro de la protagonista, en una confusión que intenta desarmar o repensar los paradigmas y mandatos impuestos.
Marina, la niña-mujer que busca a su madre, se enfrenta a todos los recuerdos familiares para desandar la desmemoria forzada impuesta por su familia.
Y aquí comienzan a jugarse los ejes más importantes de la novela:
El primero es el testimonial. A través de cartas, que nunca se sabe si llegan o no, la madre desaparecida dará testimonio del contexto ideológico y cultural que la mueve a la militancia política y a la entrega completa de sí misma para la búsqueda de un mundo mejor.
La década del ’70 es contada sin idealismo pero con mucho respeto, generando una empatía con esa protagonista que intenta justificarse ante su hija y su familia por su elección de vida.
Paralelamente, se impone el testimonio del horror, de la planificación sistemática para la eliminación de personas llevada a cabo por el Proceso de Reorganización Nacional que gobernó el país entre 1976 y 1983. Los campos de concentración, la tortura y el exilio de miles de argentinos. Y la tragedia de la guerra de Malvinas, como una herida abierta e inconclusa de ese espanto.
¿Podremos dejar de decir lo que hemos visto y oído? ¿Podremos no dar testimonio?
Hay que destacar, a diferencia de otras novelas sobre la misma temática que han salido a la luz en los últimos tiempos, que la autora aborda el tema de la tortura y la muerte no desde el odio o el regordeo de la miseria sino desde la necesaria memoria que debe imponerse, desde una mirada casi imparcial de los hechos, pero no por ello edulcorada. Como la mención a las Madres de Plaza de Mayo, hay una comprensión histórica de su lucha y de su dolor personal. “Su lucha ha sido sublime” dice la protagonista. No hay panfleto ni mal uso de ese símbolo.
El segundo eje es la Identidad de los desaparecidos. Aquel planteo testimonial permite a la autora adentrarse en la temática nudo de la novela: la búsqueda de identidad de Marina, una mujer criada y construida con retazos de memoria y silencios.
En este punto, Paulina expone una situación que ha sido una constante, y en algunos casos lo sigue siendo (España es un ejemplo con la Guerra Civil española) de la forma de abordar la historia que muchas veces tienen las sociedades.
“Me pregunto qué clase de locura nos invadió a todos. La locura del miedo, si, la del terror. Pero también la de qué dirán, la de ser portadores de un estigma en aquella Argentina de los derechos y humanos”
La familia de Marina (su abuela, sus tías y su padre) decide hacer un pacto de silencio ante la desaparición de su madre. “Era una orden tácita a la que todos obedecíamos: no menciones a mamá” Una consigna implícita que asumirán los protagonistas como modo de supervivencia.
De esta manera, el dolor es puesto entre paréntesis, congelado en el inconsciente de esa niña-mujer que no sabe quién es porque no se anima a preguntarse sobre su madre.
No es casual entonces que sea su terapeuta quien le diga: “Usted tiene a su madre en el sótano” Una palabra que no es arbitraria en esa historia que se intenta contar. Aquí es donde la culpa de la madre por abandonarla por la militancia se trasmuta en culpa de la hija por haberla condenado a esa indiferencia.
La búsqueda de su madre es la búsqueda de sí misma: “Sin madre no es posible amar, sin madre no es posible morir”, una frase de Hernam Hesse que intenta describir el proceso por el que pasaron y pasan miles de hijos y nietos de personas desaparecidas durante la dictadura.
La identidad como derecho ha sido una de las grandes reivindicaciones de las últimas décadas. La identidad como única forma de construirse como persona íntegra, sabiendo quiénes eran nuestros padres, qué pensaban, en qué creían, por qué murieron.
El silencio, el ocultamiento de ese pasado es el robo de la memoria de aquellos seres, de su vida como valor y por supuesto, de su transcendencia.
En el caso de la Marina, ese viaje a Argentina, treinta años después, le permitirá encontrarse con su madre, a través de las palabras, imágenes y recuerdos de sus familiares y amigos, y a partir de allí encontrarse con sí misma, con su propia vida y sus propios deseos.
Otro eje importante que recorre la novela, a mi entender, es cómo la autora va deslizando los cambios ocurridos en el país a partir de aquel horror. Ese contexto de ferviente estado de revolución y cambio de aquellos jóvenes militantes se opone a ese nuevo mundo globalizado de la década de los noventa:
Dice un personaje: “Tendría que estar muy loca si no me diera cuenta de cómo nuestro pobre país fue arruinado, de qué manera destruyeron hasta el último de nuestros sueños. Creo que las condiciones por las que empezamos a luchar siguen intactas. La miseria, el hambre, la indiferencia hacia los que nada tienen. Esta globalización perversa, esas anteojeras que nos han puesto a todos para que no miremos a nuestro alrededor, para convertir en invisibles a los que no conocen el éxito y no están en la órbita de la riqueza”(…) “Es difícil reconocer en esta ciudad a la Buenos Aires que dejé años atrás. No recuerdo haber visto tantos mendigos en ese entonces. También en la calle veo gente tirada en la vereda” Y el paco
Los últimos ejes sobre los que quiero reflexionar son las relaciones familiares, la relación madre-hija y el abordaje de los personajes femeninos
El esqueleto que estructura la novela, es la relación madre-hija. Y sorprende su abordaje. La lógica occidental del permanente conflicto, reproducido por el famoso complejo de Electra, es revisada por la autora. No hay madre castradora ni imagen-espejo del padre; sino por el contrario el concepto de madre (que hacia el final del libro es comparado con la madre tierra) es explicado como memoria genética, corpus y significante de esa hija.
La figura de la madre es reivindicada como protectora, como única capaz de dar vida (no solo biológica sino espiritual y emocional) a esa hija, también mujer que se busca a sí misma. La historia de los vínculos como transformación, como ciclos para el entendimiento: “Comprendí de pronto que sólo cuando una mujer tiene una hija logra atravesar el espejo de su destino y ver el mundo a través de los ojos de su propia madre.”
Respecto de las relaciones familiares es importante destacar primero la excelente y compleja trama de personajes que van surgiendo en el texto y que paulina describe con gran maestría, de manera de que el lector pueda reconocerlos a lo largo de la trama.
“Las mujeres, creo, nos arreglamos para que nuestra memoria no se pierda, para que nuestras historias sobrevivan”
Hijas, abuelas, tías, primas, nietas que van construyendo con Marina aquella madre ausente. Aquí hay dos cuestiones para remarcar: la historia familiar es contada desde el mandato patriarcal, donde las mujeres se solidarizan y entienden a partir de sus propios dolores y frustraciones con los hombres.
Incluso no es casual que Marina decida ir a la búsqueda de su madre (hacerse cargo de sí misma) luego de que es engañada por su esposo. Hay un planteo generacional donde el hombre es la tercera pierna, el gestor de esa mujer.
Sin embargo, la figura de los hombres está desdibujada en toda la novela. Las grandes protagonistas son las mujeres en un mundo de hombres que las someten al engaño, la ausencia o el desamor.
Finalmente y en relación a estos temas, la escritora aborda la condición de género. La historia de las mujeres que atraviesan la novela es la historia de las mujeres durante las últimas décadas: sus luchas por ocupar un lugar en el mundo falocéntrico, como escritoras, como pintoras, pero también como madres e hijas.
“Me vino a la mente el modelo femenino de mi madre, que a su vez lo recibió de la suya: La mujer buena siempre quiere a su marido”
La autora pone en cuestión los mandatos patriarcales de género con la historia de dos primas lesbianas, ridiculiza el dogma de la media naranja o el príncipe azul: “Es muy difícil que encuentre esa media naranja, que nos han hecho pensar como indispensable para ser alguien digno”
Este es un libro de la memoria y del olvido, de la verdad y de la revisión de esa verdad, escrita por una mujer que no se presta a jugar el juego que ha propuesto históricamente la percepción masculina.
Paulina escribe con autenticidad, con valor, se pelea con los prejuicios, y reflexiona sobre la complejidad de esos vínculos que siguen siendo determinantes para construirnos como mujeres: “Como mujeres que somos todavía debemos escarbar, abrir los ojos y los oídos para escucharnos a nosotras mismas”
Silvia Nadalin