Texto escrito y leído por Jorge Consiglio en la presentación de variaciones
Stalker de Claudia López
Si pienso en Claudia López, la
primera imagen que me viene a la mente es la de ella arriba de un colectivo en
movimiento. Sé que ese colectivo se desplaza paralelo al mar. Claudia ocupa un
asiento individual. Lleva un libro sobre las piernas pero no lee. Es una tarde
de invierno. La ciudad está vacía. La ciudad es Mar del Plata. Claudia está
bien abrigada. Mira por la ventanilla. Observa alternativamente la hilera de
edificios mudos por el frío y la perpetua elocuencia del mar. Esta imagen de
Claudia en el colectivo es paradójica, porque por una parte remite al
transcurso, al movimiento, y, por otra, a la contemplación detenida, a la
mirada que de tan demorada y profunda deviene inmóvil.
Y algo de esta combinación de opuestos, de esta
alquimia entre las dos más claras expresiones del vértigo, me da pie para
hablar de Variaciones Stalker, el último
libro de Claudia. En estos textos, el yo lírico (esta Alethéia que “sale para
olvidar los consejos de la quietud”) deambula por plazas, por ciudades, por
transversalidades, por policromías y por el gesto de los hombres. Tiene la
mirada direccionada “hacia el abismo de los pies” porque entiende que “la
aventura de salir/ no es/ la ignorancia del destino/ ni el peligro de las
posibles emboscadas/ el riesgo es/ no saber de dónde”.
Es sabido por todos: la sustancia de los viajes es
compleja y, por lo general, independiente de las distancias, de los kilómetros,
de las rutas como entidades concretas. Su materia es volátil. Está
confeccionada, sobre todo, por sueños, incertezas y extravíos. Por eso para
darle nombre a los viajes, el signo debe librarse de la opacidad que lo
conforma y procurar el almíbar de la multiplicidad. Es decir, la palabra se
tiene que desprender de la pesadez, de ese vínculo férreo con que se enlaza al
mundo. En suma, la palabra tiene que librarse de la gravedad para alcanzar su
entidad lírica. Y en este punto, me parece pertinente citar a Ítalo Calvino en
las Seis propuestas para el próximo
milenio. En la primera conferencia, la dedicada a la levedad, el autor
reflexiona sobre la escritura de ficción luego de cuarenta años de oficio.
Anota: “mi labor ha consistido las más de las veces en sustraer peso; he
tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes; he
tratado, sobre todo, de quitar peso a las estructuras del relato y al
lenguaje”. Y con esta levedad que menciona Calvino es con la que enuncia
Claudia en Variaciones Stalker y
consigue un tono único, un “punto entrópico”, desde el cual es posible afirmarse
en la vacilación y de esta forma acceder a la Zona, espacio en el que “una
cámara ausculta el corazón del que ve y viaja”. La Aletheia, como verdad
evidente y protagonista de estos poemas, es, como se consigna en el prólogo,
“ligera, tanto como sea necesario para silenciar los discursos imperiales del
miedo”.
En Variaciones
Stalker, la voz que enuncia es sabia para elegir sus imágenes entre las
infinitas formas de lo posible y de lo imposible. Esa voz es, como dice Claudia
en el prólogo, “el ovillo musical de la especie”. Nombra desde el balbuceo y
desde el asombro. Es su destreza, la manera en que “esta(s) lenguas(s) orfebre(s)”
trabaja su aliento para otorgar significado. Porque si la historia se resume en
el vuelo de una paloma, como se consigna en el poema escrito en la estación de
Bologna, el destino, todos los destinos, se cifran en cualquier objeto tocado
por el transcurso, por el puro de devenir del transcurso. Cito a Claudia en
“Paisajes”: “tu rostro en la ventana los ojos/ perdidos en lo que pasa y no te
pertenece/ abiertos levemente los labios/ a punto de besar el vidrio/ el
paisaje/ lo que corre/lo que no tiene nombre ni te habita/ eso que duele/ y
cura/ y nunca se detiene”. Vuelvo a la imagen inicial: alguien, Claudia, que
viaja en un transporte y mira por la ventanilla. Detrás de ella se gana “cierto
estado de gracia”. Entonces: “un techo inútil una sábana crepuscular el humo de
los otros/ nos arrebatan/ nos salvan”.
Hay un libro de un alemán que se llama Bernd Stiegler
que habla sobre los viajeros inmóviles; es decir, los que viajan sin salir de
su propio cuarto. Para estos viajeros es requisito extrañar su medio, quebrar
el moho cotidiano y observar con nuevos ojos las cosas de todos los días. Cuando
un observador está viajando de este modo, los espacios cotidianos se re significan
y se vuelven verdaderos espacios de experiencia. La geografía, entonces, se activa,
merodea al viajero. Le ofrece una forma, una matriz, una instancia de atención
en la que refractarse. Esto también sucede en el imaginario de Variaciones Stalker. “las puertas se abren/ siempre/ hacia el
interior”, se enuncia en la sección II del poema “trampas”. En este caso, en que sí hay desplazamiento, el
recorrido por las ciudades (ya sea Bologna, Bogotá o Buenos Aires), por las
plazas, por los trenes, por las paredes angostas de las habitaciones, por los
cuadros o por las ventanillas termina por conformar una topografía exacta del
ser. La materia del universo en Variaciones
Stalker es similar a ese espejo que Brecht usaba para que los actores “no
se distrajeran en sí mismos y se perdieran en sus pozos”. Pero además, en este
caso, la mirada de quien enuncia también es activa. El signo de esa mirada es
incuestionable, “enmienda la discontinuidad/ de los restos/ enarbola la señal
de que hubo amor”. Esa mirada poderosa toca los objetos y los mueve, como lo
hace la hija de Stalker con su telequinesia. Este fenómeno es posible, porque como
se dice en el prólogo: “Nada está ajeno aquí, nada está fijo”.
Quiero hacer una última consideración. Tiene que ver con
la cadencia de la poesía en Variaciones
Stalker. Hay en la concavidad de sus versos una distribución de acentos y
de pausas cuya acústica, única e insondable, como la de los libros infinitos,
gesta el mandala que habilita el acceso a la Zona, el disparador que recrea la memoria
del cuarto en el que todo es posible, esa potente instancia de verdad. Se trata
de un movimiento de vaivén, de ida y de vuelta, un movimiento pendular, un
irse, pero no. Recordemos que "en la zona nadie puede caminar rectamente, ya que,
cuanto más derecho se vaya más riesgo hay". De modo que, siguiendo la
lógica del guía, en Variaciones Stalker,
la cadencia es dejarse y no dejarse caer. “diástole y sístole/ nos dejamos/ y
no nos dejamos”, se dice en “oración de
parque de la independencia”. O en “la Candelaria”: “ojos bizcos por los siete
colores/ que bajan suben por Monserrate/ apenas suben/ bajan/ se deshilachan/
en balcones que remedan la curva/ de la tierra”. O en ese “a donde/ entrás a
dónde salgo” en “saludo en la biblioteca nacional”. Con este uptown/dowtown,
este perdimos/ganamos, futuro/pasado, inocencia/culpa, funerales/reencarnaciones
se organiza un ritmo, un latido de avance que asume la ruta en el sentido menos
ortodoxo, que es el sentido cabal (barajando el lado de luz y el de sombra) que
ofrece la Zona, sitio en el que mejor se confronta con la “espera”.
Y como si nos trajera la marea, el hilván de estos
juicios nos ubica en los primeros párrafos de Zama, la novela de Di Benedetto. Esos en los que el personaje va
en busca de correspondencia al muelle viejo. Cito: “Entreverada entre sus palos
se manea la porción de agua del río que entre ellos recae. Con su pequeña ola y
sus remolinos sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía
completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación
al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua
quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle
decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos. Ahí estábamos, por
irnos y no”.
Nada más cierto que las pautas eventuales de un viaje.
Nada más entrañablemente hermoso que el recorrido que propone Claudia López en Variaciones Stalker.
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Texto escrito y leído por Laura Estrín en la presentación de variaciones Stalker de Claudia López
“Y
que querés, mamá, si vos te lo pasás leyendo
sobre la zona" -esto me dice a veces Ana, mi hija-
Ponerse en la zona con la confiada desconfianza del Stalker, estar en la zona, en la literatura, eso hace Claudia López al escribir. Y, además, nunca sale de ella, por eso hoy presentamos Variaciones Stalker.
Escribir es una confianza extrema que algunos
tenemos, lo demás son preguntas, como las del primer poema de Claudia: dónde,
qué...
Algunos respondemos-escribimos-vivimos en la zona. Vivimos divididos pero vivimos en la zona. Y sólo en la zona respiramos bien porque la literatura es un lugar y una salud. A la zona vuelve todo, regresa todo en formas variadas, en acentos y ánimos variados, esos ánimos que nos quedan cuando nada nos queda. La zona es un singular vacío lleno, como en Solaris… Es el ánimo que vuelve al cuerpo, al cuerpo frágil que somos. Ese crack up que componemos todo el tiempo, por suerte.
Algunos respondemos-escribimos-vivimos en la zona. Vivimos divididos pero vivimos en la zona. Y sólo en la zona respiramos bien porque la literatura es un lugar y una salud. A la zona vuelve todo, regresa todo en formas variadas, en acentos y ánimos variados, esos ánimos que nos quedan cuando nada nos queda. La zona es un singular vacío lleno, como en Solaris… Es el ánimo que vuelve al cuerpo, al cuerpo frágil que somos. Ese crack up que componemos todo el tiempo, por suerte.
Pero la zona no es esa mentada página vacía,
en Claudia López está escrita y, encima, con variaciones. Por eso puede nombrar lo que desespera, lugares,
nombres, viejas historias: la zona no
escampa, sino que acompaña fielmente, alienta, define la catástrofe que nos
retrata. Como ese Stalker-pasante-transmisor que deja una hija diferente atrás para
tenerla siempre adelante. Porque la zona
ocupa todo el paisaje, es el horizonte de nuestro escribir, entonces, ese
Stalker se interna en la zona literaria para
volver distinto y pertinaz a la vez.
El Stalker es un ser ensimismado, acentuado,
intenso, que entra una y otra vez a la
zona y deja una hija y la escritura, tal vez, para recuperarlas en
variaciones más fuertes, en rítmicos sistemas de repeticiones como en este
libro. Zona-escritura e hija son lo mismo, son un mismo deseo, una misma fuerza
que nunca nos abandona como un perro en la literatura rusa, como Sonia va a
Siberia. Y les juro que hablo de este libro y lo que este libro
Stalker-pasante-transmisor lleva. Hablo de lo que carga, menuda carga: Cargar la zona.
Cargar la
zona: la escritura como fijación y búsqueda –eso dice Claudia López-, ese
pasado que creemos demora cuando ya envejecemos, eso lo digo yo pero me lo
alcanza su prólogo.
¿Qué pasar? - es la pregunta que acosa
en la zona:
Y Variaciones Stalker responde: “Ligera,
tanto como sea necesario para silenciar los discursos imperiales del miedo, da
el primer paso de la serie".
Lo dije mil veces: los buenos libros, dicen lo
que hacen.
La zona es un lugar, una confianza de escritura, de eso hablan los poemas de Claudia López. Y por ahí está su corazón que en ciertos lugares "es menos objetivo".
La zona también son viajes, es el tiempo, que siempre es
"demencial" y "úlcera". La estoy citando.
Y voy página por
página en la zona que ella escribe y
encuentro colores y manos, como si supiera de mí esta poesía pasa mis cosas.
Los lugares que
son colores, Marsella es rojo, y que son también los nombres que hacen grumo en
las frases, los nombres ausentes y presentes a la vez en el verso, en
dedicatorias, en referidos directos.
Este libro sabe de colores e imágenes, y sabe
que "siempre inacabado/ el mal se ofrece/ vulnerable/ a la gula de
Goya".
Lo digo siempre: los buenos libros nos agarran
del cuello: “ay de quien no crea en las manos" –dice ella-, y yo entiendo
que las manos no mienten, porque la cara es disfraz potente, entonces las manos,
son transparencias honestas, crueles colores de verdad extrema.
¡¿Cómo te
perdono Claudia que traigas-escribas en la
zona piedras!?: No hablamos para
todos, hablamos para nosotros mismos entre algunos. Y hay río en este libro, un
río en un paisaje determinado. El paisaje "es lo que corre", "lo
que cura", como las manos, leo en Variaciones Stalker.
Claudia desespera
porque me habla directo: pasa el "otoño en mitad de la primavera" –supone
muy precisa-, entonces ella recuerda cosas que se guarda pero que se le
translucen en los versos, pasan por ese Stalker, pasan por el que escribe. Ella
así pasa, traspone: ventanas,
árboles, la felicidad de las cosas... Ella sabe: las cosas son lugares firmes,
contundencias, quizá porque este particular vacío-lleno que es la zona es elocuente, la poesía es
elocuente y pasa, de una orilla a
otra, las cosas, las palabras y las cosas, creo en la propiedad de las palabras…
Insisto: La literatura, la literatura que
compone la zona, sólo trata de finas
trasposiciones –acá recuerdo a Celine obviamente...
Claudia López obliga a las cosas por eso se
obliga a no ser reflejo "farsante" -esa palabra usa y la cito para
que no crean que yo tiño con mi realismo
verdadero lo que leo-, Claudia trata
con la máscara que la zona hace caer.
En Variaciones
Stalker hay lluvia (como llovió hoy y ayer y como el agua acompaña todas
las películas de Tarkovski, y hay que creerle al autor que dice ponerla porque
el agua lo rodeó en su infancia). Y en Variaciones
Stalker hay batallas perdidas-ganadas, hay trampas: no saber nunca de dónde
salir y salir igual, salir hacia adentro, siempre.
Todo esto sucede porque aquí hay
una-autora-que-sabe que cuando dice "yo" y "aquí" es grave
complicación pero cuando anota "árbol" las marcas son precisas: es la
infancia o las cosas. Y el árbol vuelve, una y otra vez como la infancia: lo
que se conoce para siempre, la que conoce para siempre, "los árboles
persisten/ mientras sangra el sol" –leo en este precioso libro cercano-. Y
entonces se arma todo su mundo (y parte del mío, ¿para qué ocultarlo?).
La zona
es "justo aquí", "destino regional", "patria"
desarreglada, desmantelado lugar... Un Virreinato
completo. Y repito a Nicolás Rosa cuando decía que la literatura argentina se
dividía entre la Rioplatense y la del Alto Perú. Singular Stalker éste que anda
por lugares americanos viejos con una voz que no grita, que a veces muere,
invocada y llorada por plazas de Bogotá, Sevilla y Buenos Aires.
La zona es una obstinación, una
impertinencia, una soledad tenaz, "capricho tártaro" -dice Claudia-,
y es rezo, oraciones. Lo dice el libro cuando sabe usar adjetivos:
"fanáticos azahares", "vieja intacta" o "puntuales
excedidos".
El poema es también saludo en la Biblioteca
Nacional, acá mismo. Frases en la pared, graffitis -anuncia, que después se van
mas lejos, a otros tiempos, a otros reinos, y mira ahí y escribe lo que ve
adentro.
Así, los versos son todos provocaciones y
mandatos:
"trabajar la memoria/ como un cristal/
pulirla/ hasta que todos los reflejos/ le den forma de su travesía/ nada
lejano/ en la génesis del presente/ derivar como un río/ por sus asociaciones/
peregrinar/ hacia los días inocentes".
En un libro anterior Claudia también se
detenía en las lentes que pulía milagrosamente Spinoza. Claudia es de la raza
de los poetas que mira en eterna vigilia, porque de eso se trata en la zona.
Variaciones Stalker vive además en mil dedicatorias que
son ojos, visiones de escenas, imágenes que vuelven para plasmarse, y hay
entregas, buenos traidores y mujeres que no se niegan... Entiendo un poco, otro
poco temo. Claudia López se sabe también "geométrica" y pidiendo
perdón "se protege".
Y mientras la
leo me pregunto qué significa un libro que como agua lava la piedra, la cara y
las palabras (y la cito, a medias...) Porque la poesía es encontrar. Encontrar
cosas propias: nombres, vientos que son sombras, rituales, ciclos que no
creemos o aceptamos a regañadientes, lugares que son felices y que otras veces
son tristezas, llegadas o ramblas que uno puede prever: la de Barcelona no
tanto, sí la de Mar del Plata.
Esta poesía cuando pasa esas cosas se trata. Se trata a si misma, siempre
la poesía se muestra, mas o menos cerrada o hermética, pero nunca es disfraz,
es el reino desnudo de un amor: "el preferiría salir ella escuchar"
-escribe Claudia López- y la gracia de que no haya ahí puntuación/separación
entre ellos porque “él” y “ella” están escritos seguidos en un verso,
pasados-juntos por el Stalker, pasados por trenes acompasados de paisaje o
terraplén que "predispone a las lágrimas la fe las íntimas promesas",
verso también que avanza sin puntuación.
Hay poemas situados y fechados, entendidos,
acompañados de sentidos claritos como el lindísimo marco que es "estación
Bologna, nemotecnia para el 2 de agosto de 1980".
Los poemas conservan, de ahí su fijación, su
cierre o hermetismo, su extremo saber preciso. Conservan planos, tiempos,
puertos y música. Claudia López no se olvida.
Allí, además, los sueños hacen los ojos, los
pies el despertar y siempre los recuerdos familiares componen el poema que es
retrato.
Hay partes en este libro -"y si hay partes no son todas para asomarse", como dijo clarito Zelarayan- por eso, de algunas, sólo puedo retener perfectas intensidades que Claudia logra en ensimismamientos de verbos que dan un ritmo casi cantado. "Coral". Entonces, mirar, inclinarse, son órdenes que los poemas dan, se dan. Y sigo leyéndolos, sin entender algunas palabras como "tunjo" o "muisca" pero atenta a otras señales que sí me completan porque no todo es explicable.
A veces la poesía se nos aparece escrita, quiero decir: los versos se nos presentan como
poesía que está ahí desde tiempos inmemoriales, es entonces cuando
verdaderamente llega a nuestras manos futuras. Eso no sucede siempre con lo que
leemos. Eso sólo pasa porque aunque
allí leamos lejanos guerreros o una antigua historia de pinturas y mosaicos
"el alivio de la forma/ curva la lámina del cuerpo". Me explico: Es
poesía lo que nos afecta el cuerpo.
Variaciones
Stalker es un libro que sabe de
estampas, esos frisos que pueden ser clásicas pinturas clásicas o el genial retrato
de una vecina. Porque Claudia López igual que el Stalker de Tarkovski, lo
que sabe es pasar.