Yukio Mishima (1925 - 1970) fue sembrando sus libros de drásticas señales que hablan de esa muerte voluntaria planeada al abrigo de una teatralidad sofocante. Que derrocha provocación, estruendosa bufonería y anhelos de ásperas reivindicaciones políticas.
"Abandonar la literatura o abandonar la vida real", escribió pocos meses antes de practicarse el seppuku.
He allí los dos términos de un dilema falaz pues ambos se cumplieron al mismo tiempo. Sin embargo, bajo la capa de la premeditación y frialdad, no cuesta demasiado advertir la existencia de un descontento trazado mediante esos progresivos contrapuntos entre la realidad y las palabras que el propio Mishima, devorado por la avidez de un desenlace cada vez más inminente, se ha propuesto impulsar. El sol y el acero aunque no es el único libro que los convoca, sí es el que elabora sus movimientos más raudos y exacerbados. Hasta el extremo de que su autor lo convirtió en una extraña máquina capaz de conducirlo, mediante oleadas de razonamiento tan perentorios como rigurosos, al acto final.
Antonio Oviedo