La quimera del oro
Como tres tristes tigres, un trabalenguas latinoamericano, en la novela Los años fugitivos,
de Beatriz Actis, finalista del premio Emecé y de Letra Sur, tres
especialistas en suelo, más uno más (loco por añadidura, dadas sus
arengas bíblicas) —también podrían ser los cuatro jinetes del
Apocalipsis— se aplican a la búsqueda de petróleo en la Patagonia
argentina. Los cuatro ingenieros: César Pelayo, Mercedes Petryla, Genaro
Bresler, más Alfredo Molina Navas (el loco), buscan el oro negro, la
riqueza que deben desenterrar, "el aceite de roca", para mover lo que
está irremediablemente quieto, la maquinaria que no produce porque no
tiene combustible, la energía que debe animarla.
Siguiendo las condiciones actuales de la novela que
rechaza estímulos fijos y busca otros mecanismos que activen su
funcionamiento, la novela de Actis no sólo borra la cronología sino que
borra también las relaciones lógicas entre las unidades narrativas; en Los años fugitivos,
cada unidad adquiere independencia, resalta el "en sí", y los cuatro
personajes que hablan desde la primera persona dan cohesión a una voz
única, la voz de la novela a la que se subordinan; se trata de una voz
que se hace oír por encima y que suprime las distancias entre las voces
que la conforman, aunque las cuatro sigan manteniéndose como entidades
autónomas.
La novela que se fragmenta en el cambio de voces
explicita en sus enunciaciones otras voces que la sustentan, citas,
canciones populares, el folletín, películas, pinturas y autores que
hicieron historia, la historia real que circula por fuera de la historia
de la novela rozándola, como el peronismo, sus fragmentos. El plural
del discurso es ejecutado por un colectivo, la disparidad junta sus
filos, y en la yuxtaposición, en la suma, se crea una ilusión de
continuo. Capote, Fitzgerald, Graham Greene, Herzog, Bolaño, Andrés
Bello y otros, en connivencia con el personaje César Pelayo, el cubano
itinerante que terminó finalmente viviendo en Chile y que tiene como
Neruda su Josie Bliss, en la persona de la mujer que quiere cortar con
el cuchillo con que cenan la conexión de Pelayo a la máquina que lo hace
soñar y sin la cual no puede vivir. En El derecho a soñar,
Bachelard dice: "Por su vida colorante, la tinta puede hacer un
universo con solo encontrar un soñador, siempre si escucha bien todas
las confidencias de la mancha". Los entornos sucios, los paisajes, todos
los escenarios áridos de la novela parecen confluir en la misma
pendiente, en la misma dureza gris del suelo de Santa Fe que al orillar
el río no escapa a los derrumbes.
El relato interroga a las formas que lo rodean, su
densidad, su resistencia, su posibilidad de sobrevivir, la belleza
triste, rústica, que se disuelve por nada. Dice Mercedes: "Los animales
muertos flotando a través del Paraná a orillas del puente y debajo de
él, como una marcha fúnebre y lenta hacia la desembocadura"; Mercedes ha
recibido tempranamente más de una advertencia, en los pozos de la pampa
donde vivía cuando era chica el agua dulce tenía sal, vestigios del mar
que se filtraban debido al suelo permeable, en los juegos infantiles la
imaginación estaba alimentada por una montaña de cartón por la que se
deslizaba como por un tobogán pero que el fuego reduciría rápidamente a
cenizas, el piano que se empecinaba en tocar sin pensar en la
dificultad, sin prestar atención a la advertencia de que querer
conseguir música con un objeto complejo hace sufrir.
Los años fugitivos es una novela de
migración, de desplazamientos, de cruce de símbolos, de traslados que se
rubrican con el propio traslado de los personajes de un punto a otro y
que siguen conservando dentro de sí todo lo visto; es una novela que
lejos de lo codificado, abstraída sobre sí misma, expande el arte del
disimulo, tal cual lo hacen los sueños cambiando las cosas de lugar,
como la máquina que hace soñar a Pelayo oxigenándole la cabeza.
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