Sobre "Carte d’un monde Paralléle" de Claudia Sbolci
Decía Paul Eluard: “Existen otros
mundos, están en este”. He pensado que,
tal vez, el universo sea algo de eso que señala el poeta y también otra posibilidad, una extraña combinación con
aquello que narró J.B.Priestley en su maravilloso cuento “El otro sitio”. Podría
pensarse, también, que, en los diversos e indeterminados mundos, existimos, al
mismo tiempo y sincrónicamente, los mismos seres. Entonces, en todos los mundos que existen, esta noche
se presenta un libro y hay alguien que
lee, exactamente, las mismas palabras que lee el presentador que se refieren al libro que ha escrito
Claudia Sbolci, libro que existe,
preexiste, se presenta y se lee, simultáneamente en todos los mundos existentes.
Entonces, esta extraña realidad que
es la misma y múltiple, focalizada aquí, en estas páginas de Carte d’un monde…,
diseminadas por el entero universo nos convocan. La realidad, la múltiple realidad
que gira y sobregira, es quien nos convoca, ella es desde siempre la actriz
principal, y nos incita a intentar el balbuceo elemental, el que todos producimos cuando queremos hablar de un libro. Más aun, cuando
se trata de un libro de ciertas complejidades en su escritura, porque tenemos
ante nosotros una escritura cuya máxima potencia se erige en un toque de pasión
que recorre cada línea, como si fuera una pequeña llama que circula por un
cableado invisible: eso es al menos lo que yo siento y percibo en cada texto,
en cada poema de este libro, bello libro escrito por Claudia Sbolci. Hay en la escritura de este libro un tema que
es el centro: el amor, pero además, en sus intersticios se filtran, como por de
costado, otros aspectos y aparece ante el lector alguien cuya reflexión frente
a la escritura toma otro giro, que se complementa y a la vez explica, leemos en
página 68:
“No quiero más tatuaje”,
me dijiste aquel día desnuda sobre el
pasto,
“que el que estas gotas dibujan
sobre mi cuerpo al azar”.
Entonces comprendí por primera vez
el origen de los planetas llenos de
grietas
por donde se cuela el sol.
Afuera, la línea imaginaria de la
costa,
divide la tierra en dos.
La ola retrocede
toma impulso y desbarata
por un segundo
el inestable equilibrio
del mundo.
Todo esto, mientras los que estamos en esta
reunión, linterna en mano, podemos percibir
que el universo es ese gran faro que ilumina quizá, poéticamente, todos
los mundos y que estos textos de Claudia Sbolci, se acoplan a uno de los haces
de luz y desde uno de sus extremos nos hacen un guiño para hacernos entender
que la mejor manera de comprender este universo, el que vive en los exactos
espacios de un libro, de matemático formato, es dejarse llevar por el arrullo
musical del verbo sin pensar que las coordenadas que rigen la vida están
sujetas a la variable tiempo.
Cuando Claudia me propuso hablar de
su libro acepté, con todo gusto, y le pedí, además, que ella me indicara sobre
qué autor pensaba que podía partir
para dejar correr el hilo de esos
versos, en una especie de acorde poético compuesto a dos voces: me sugirió
Juarroz, luego dijo: Lispector.
De Juarroz tomo las primeras líneas
del primer poema publicado en su primera Poesía
Vertical, dice el poeta:
Una
red de mirada
mantiene
unido al mundo,
no
lo deja caerse.
El poema continua pero,
reflexionemos, nos queda una cuestión a pensar y repensar: el concepto de red.
Lo que mantiene unido al mundo, no lo
deja caerse es esa red, de una fuerza gravitacional invisible y uno piensa cómo
es posible que todo lo que no se ve sea lo que nos sostiene, y lo que se ve tal
vez no sostenga casi nada, hablando de mundo/s, esos enormes espacios
sostenidos por fuerzas de imposible mensura.
Ahora bien, en Carte d’ un monde
paralèlle pueden percibirse esas líneas invisibles que sostienen cuerpos. En la
página 14 puede leerse:
“Amar es estar fuera de todo, dentro
de la nada.
La nada más inmensa que la nada,
flotante en la nada,
casi ausente.
Amar es esa ausencia que queda sin
rellenar, y da igual.” (Fin de cita).
En Octava Poesía Vertical, Juarroz escribe:
El
centro del amor
no
siempre coincide
con
el centro de la vida.
Ambos
centros
se
buscan entonces
como
dos animales atribulados.
Pero
casi nunca se encuentran,
porque
la clave de la coincidencia es otra:
nacer
juntos.
Nacer
juntos,
como
debieran nacer y morir
todos
los amantes.
En página 26, Claudia escribe:
“Amar no puede ser nunca o siempre.
Amar es lo que va siendo.
Nunca fue, porque eso que era no es lo que decimos que es… (salteo dos líneas y continúo):
En un mundo paralelo Heisenberg
escribe aforismos en el aire,
mientras se seca las manos en su
delantal de cocina:”.
Y concluye en el magistral aforismo
del autor citado, en página 27:
“Cuando decimos qué es, no estamos.
Y cuando estamos, no podemos decir
qué es”.
Busco, ahora, la compañía, de Clarice
Lispector, la fantástica escritora que Claudia sintió/pensó sería buena
compañía. Todos los que conocemos algo de la vida de este extraño ser que fue
Lispector sabemos, de sobra, que en ella habitaban, al unísono, dos almas
extrañas: una la de su natural generación de vida, la de su sangre ucraniana y
otra la que se incorporó a su sangre por la lengua: el alma de Brasil. En una
de sus novelas –La araña, escrita en
1946- la tomé como para recuperar al
aire de su escritura y me dejé llevar por la lenta narración donde la historia
de dos niños, Daniel y Virginia, miran el mundo, a la manera de los personajes
cortazarianos, con una abstracción de los mayores que tornan el paisaje como si
no existiese otra cosa que el alma y los sueños de ellos mismos.
En un pasaje Lispector para referirse
a una de las cualidades de Virginia dice: “Miraba, miraba. Cerraba los ojos
atenta a todos los puntos indescubribles de su estrecho cuerpo, pensándose toda
sin palabras, recopiando su propia existencia. Miraba, miraba. Casi de
inmediato, de su mismo silencio, su ser comenzaba a vivir más, un instrumento
abandonado que por sí mismo comenzara a
hacer sonidos, los ojos mirando porque la primera materia de los ojos es
mirar”. (Fin de cita). Recordé, luego, la enseñanza de Alberto Caeiro,
heterónimo de Fernando Pessoa, en su
libro Poemas Inconjuntos: “Toda la cosa que vemos, debemos verla
siempre por primera vez, porque realmente es la primera vez que la vemos…”.
Es mi deseo para este libro.
Muchas gracias.
Juan Maldonado