por Natalia Lorio – Gabriela Milone
(… en el inicio, si es que lo hubiera, hay una afirmación: “hay que saber contestar en el vacío. Eso son los libros” (Quignard) … y el juego de este diálogo consistió en responder a preguntas informuladas…)
N- Lectura, escritura, pensamiento suponen tiempo, necesitan del tiempo. Franz Rosenzweig nos ayuda “Necesitar tiempo significa: no poder anticipar nada, tener que esperarlo todo, depender del otro para lo más propio”. La lectura como un modo de habitar el tiempo, trama de tiempo, como una manera de estar y no estar en los textos: “rigurosa paciencia que leyendo inventa”, dice Biset. ¿Acaso una tesaurización de la lectura? O mejor, ¿qué se revela como tesoro en la lectura, cuál su secreto tesoro? Rastros, huellas: ¿tesoro de la vida solitaria?.
“En chino Leer y Solo son homófonos.(…) Al abrir un libro, él abría su puerta a los muertos y los recibía. Ya no sabía si seguía estando sobre la tierra” (Quignard).
G- sí, pero no obstante, contestar, destinar, obstinar: todo hace referencia a una manera no de ser sino de estar con lo convocado, destinado obstinadamente a contestar (“experiencia que, como la lectura, como la escritura, es una forma de habitar”- Biset) … destinar también evoca a des(a)tinar y a atinar, rara voz que alguna vez pareció nombrar la acción de “dar en el blanco” (de la onomatopeya “tin”, sonido que golpea el blanco, como si se pudiera golpear el blanco) … dar en el centro que es un ausente, o mejor, un en ausencia, blanco atrapado entre los círculos que sostienen su sustracción … dar en el blanco, atinar, destinar, obstinar el tiro en el tino de una palabra que trepa así como hiedra, hiedra que cubre obstinadamente, atinadamente los signos … leer como hacer puntería, pero sabiendo que atinar también es un insinuar, como un acertar a tiento, a tacto, tocar, pero tocar a oscuras, tantear, respirar el aliento que el otro suelta, rozar “el ritmo de una respiración” …. o como dice el poeta: ciego que apuntas y atinas,/ caduco dios, y rapaz (Góngora)
N- Sin embargo, un libro no se sitúa en la soledad. Sí en un vacío. Un vacío abierto por otros. “El fundamento de un pensamiento es el pensamiento de otro” (Bataille), la imagen del pensamiento es la del ladrillo cimentado en la pared. El simulacro del pensamiento es ver “un ladrillo libre y no el precio que le cuesta esa apariencia de libertad: (…) los terrenos baldíos y los amontonamientos de detritus”. La imagen del pensamiento como ladrillo, pared, baldíos, escombros. Y en el ladrillo las grietas, sobre la pared la hiedra, en el baldío lo fecundo, en el detritus lo que resta.
En el desierto el deseo.
En el tiempo lo que está por-venir.
En la soledad los otros.
La escritura interrumpiendo la presencia inocente del lenguaje, su origen absoluto.
G- pero cuando se dice que “el vacío reside en la escritura como su única posibilidad” (Biset), no hay respuestas sino más preguntas, o acaso, una insuperable, imponderable pregunta: ¿hay escritura en el vacío?, ¿cómo es que el vacío reside en la escritura?, ¿cómo es que esto (vacío-escritura-vacío) se enuncia como posibilidad? Si la hiedra trepa, si el signo prolifera, si la hiedra es el signo y el signo, la hiedra: ¿cómo escribir en el vacío, o más aún, cómo suponer el vacío en la escritura?: ¿acaso no habría más que saber escribir la plena señal de todo abandono?
N- “Leer es construir el ritmo de una respiración” dice Emmanuel Biset. Aliento de tiempo, tono del Tempus, tempestas. Punto móvil de encuentro entre elementos distintos. Corte, hiato, salto. Construir la cadencia de una respiración bajo una consigna, “Llevar el propio tiempo al pensamiento”. Pero ¿qué tiempo se lleva al pensamiento?, ¿el tiempo de quien lee, de quien escribe? ¿el tiempo de una época, el tiempo lógico de la decisión como salto, como locura? ¿O se trata acaso de llevar al pensamiento el tiempo no-presente, nunca presente, hacer diferir el tiempo y el pensamiento, allí donde la incomodidad con el presente, con la soledad, con los otros que no se resuelve, se habita?
G- claro, pero qué hacer con las cenizas más que vestirse de ellas, con ellas (mujeres y hombres veterotestamentarios se cubrían de cenizas en signo de ofrenda sacrificial) … saberse tiznado por los restos de lo que falta, arrojando lo que ha ardido al cuerpo de la letra que tizna los nombres. “En el fuego, la palabra es ceniza de carbón” (Jabés 386): en la lengua, las cenizas son palabras ardidas, labios lacerados por una brasa puesta en la boca (hay una consagración profética por la brasa ardiendo que toca la boca: de ahí, las palabras no serán más que cenizas de un dios que, habiendo hecho pegar la lengua al paladar, la suelta en el fuego, dejándola en las cenizas, ésas que hablan por la boca prendida en la flor de sus labios).
N- Porque la escritura es, desde Derrida la destrucción de la presencia plena, hay, en estos Escritos sobre Derrida, el trazado de cartografías posibles para pensar la política, la animalidad, la incondicionalidad de la crítica, el salto de locura que implica cualquier decisión. Hay la inscripción de un recorrido singular de las articulaciones, los desplazamientos de un pensamiento que es signo y hiedra. Hay la atención, la detención y la delicadeza de rozar lo imposible. No lo lleno, sino los intersticios. Intersticios para pensar el “Hay lo imposible de la democracia por venir”… En el desierto el deseo, la pregunta por cómo vivir juntos, por el enigma del lazo de un estar juntos, de una política por venir. Más aún, la justicia como la experiencia de lo imposible, el hay de la justicia, incluso si ésta no existe
Una respiración que se hace tono, que sondea el tono de nuestro tiempo, donde la lectura se decide escritura. Habitar el tiempo desde la “espera sin horizonte de espera” es desde aquí no clausurar los hiatos: justicia como hospitalidad sin reserva hacia el acontecimiento.
G- pues claro que no descubrimos el eco, que no descuidamos el eco, que vivimos en el eco (Jabés) … pues claro que evocamos el resonar de los signos, el trepar de la hiedra … pues claro que no hay nada claro, que en el eco se confunden y redundan las voces, que en la hiedra no se reconocen la proveniencia de las ramas, y menos aún, la superficie que cubre, irreconocible, enmarañada … en la escritura, los signos tal como la hiedra … en la vida (pero qué decimos cuando decimos “vida”), la hiedra tal como los signos … y la hiedra como los signos, o los signos como la hiedra mostrando (pero qué decimos cuando decimos “mostrar”) un mismo camino sin camino, una aporía. La hiedra es signo de fidelidad porque cubre, se entremezcla, no sabe no estar junto a … sin embargo, como trepa y repta, también asfixia y corroe … entonces: no hay fidelidad sin infidelidad, ni acaso sin fin (Sé fiel hasta la muerte, se dice en el Apocalipsis 2, 10 ). La hiedra saca el aire, enferma; pero también lo devuelve, cura. He aquí el camino sin camino. He aquí la hiedra del signo y el signo de la hiedra.
N- Pero no se trata de un nombre. El nombre Derrida. Si se muestra es para borrarse. Un nombre que se borra, una huella trazada en el espacio del texto, que se hace espacio. Hiedra sobre el nombre. Un trazado del movimiento del pensamiento que piensa las cenizas, el silencio, el desierto, la justicia. A la perennidad de la hiedra le corresponde la hipérbole de la responsabilidad: “Se responde cuando no se sabe qué responder”, es esté el horizonte de nuestra acción, de nuestro pensamiento.
¿Qué hacer con las cenizas, cómo habitar un mundo sin dioses? Es a lo indecidible a lo que debe entregarse la decisión imposible, salto sin garantías ni condiciones. Una manera de habitar esas preguntas bajo el signo de la incondicionalidad que excede cualquier cálculo: “la deconstrucción como la crítica incondicional de lo condicional”.
G- no, no: no “leemos”… salvo si, o sólo si, entendemos por leer esa extraña manera de sabernos suspendidos en la indecisión de sus múltiples sentidos, vale decir, si nos sabemos en la zona del legere como un recoger y un escoger, que asimismo hace legión (esto es, escoger como reclutar, hacer legiones: y aquí el eco con el “mi nombre es Legión” del demonio evangélico (Lucas 8:30) es demasiado obvio para ser atendido)… por eso, sigamos: leer, escoger, reclutar, legión, pero también ligar, liar, atar, hacer el nudo del ombligo cortado que dice rotundamente fin a la pertenencia al cuerpo de la madre… leer como hacer una liga, como usar una cinta de seda para sujetar, leer como un hacer ligadura, pero también un torcimiento, vale decir, leer como un coligare, coligadura, coligamento, y de ahí también ob-ligamiento, ob-ligación, legar, legado, legadura, ley: “Come, bebe, devora mi letra, pórtala, transpórtala en ti, como la ley de una escritura que devino tu cuerpo: la escritura en si”(Derrida, Che cos´è la poesia?) … ¿entonces cómo leer si no leemos, esto es, si no ligamos y desligamos juntamente, si no escogemos y obligamos al mismo tiempo, si no leemos y escribimos contestando con-juntamente al signo y a la hiedra; en definitiva, si no hacemos funcionar, por una sola vez, esa extraña ley-ligadura particular donde la letra se hace cuerpo en la escritura?
N-. Es que si de algún modo cabe responder al “¿Leemos?” que resuena en el libro es para que resuene otra pregunta, aquella de la potencia de la lectura. Potencia que aquí, acaso, valga nombrar anfibológicamente, como la delicadeza de un habitar que no tiene nombre.
G- ¿silencio? Sí, pero a fuerza de la larga andadura de las palabras, y de tocar(se) con los labios: “¿han visto alguna vez unos labios ciegos?” (Jabés)