Un grito, un alarido y una denuncia convertidos en novela.
Por Juan Aguzzi.- Texto encarnizado y exasperado, “Eni Furtado no ha dejado de correr” describe la búsqueda y el encuentro de dos amigas luego de que la marca cruenta de un abuso sexual perpetrado por el padre de una de ellas en la niñez sellara ese pasado.
Un particular descenso al infierno de los recuerdos, en una lucha por recuperar la memoria y darle un sentido a un presente ingrato justamente por esos recuerdos, es el eje sobre el que circula una historia de abuso infantil que quiebra la amistad de dos niñas y las hace pagar el alto precio de una distancia infranqueable. Hasta que una de ellas, la que supo del escarnio experimentado por su amiga, cuarenta años después decide, impulsada por una agónica nostalgia de ese pasado inconcluso y doloroso, habitar esa violencia a través de la búsqueda de esa mujer –otrora niña– y sellar el perpetuo agujero de esa ausencia. Estas líneas podrían definir la respiración de los nombres, paisajes, existencias que pueblan Eni Furtado no ha dejado de correr, la última novela publicada de Alicia Kozameh, expresión pura de un suceder anímico que busca restañar lo horrible y encontrar un rostro y un nombre que sustituyan el silencio. En la conversación que sigue Kozameh suelta buena parte de las motivaciones que le dictaron esta novela, y deja en claro que dotarse de un lenguaje tan incisivo como luminoso es necesario para transformar en escritura las desgarradoras escenas interiores.
—Si entendemos que toda novela es de algún modo autobiográfica, ¿en qué medida lo es “Eni Furtado…” y cuán doloroso fue hacerla?
—Por un lado toda palabra escrita es, como vos decís, de algún modo autobiográfica. O, al menos, el autor siempre deja células propias mezcladas con las de su escritura, porque él y su escritura son una sola cosa. Y, por el otro, planteado el tema desde la otra punta del hilo, nada en realidad llega a serlo totalmente, ni siquiera cuando alguien exprima su cerebro para intentar una extrema fidelidad a los hechos. En cuanto a Eni Furtado..: sí, la historia está relacionada con episodios que fueron parte de mi niñez, pero como me llegó a través de relatos no tan detallados muy posteriores a los hechos la reconstrucción fue tejida con hilos muy ficcionales. Las características de algunos personajes son más cercanas a las reales que las de otros. Y sobre el dolor: no podía dejar de estar allí, con cada punto del tejido. Y aunque, en general, la historia no tuviera nada que ver con la propia vida del autor, el dolor no está tanto en la historia misma (aunque lo esté) como en el proceso de transformación, de conversión, del autor en sus personajes, que un relato verosímil siempre requiere.
—¿Cuánto hace que tenías esta novela, o la idea, en tu cabeza?; ¿cuánto tardaste en escribirla?
—La idea, la necesidad de escribir esa idea, surgió en el momento en que conocí la primera versión de la historia. Eso fue en 1990. Pero sólo tenía esa única versión, y en ese momento estaba escribiendo otros textos. Antes que nada me dediqué a encontrar a aquella niña, en ese momento ya mujer mayor, a la cual Eni relativamente representa, y eso tomó muchos años, entre mis propios temores y ansiedades y el tiempo real que llevan esas búsquedas. Y todo eso es parte del proceso de la escritura. Las primeras notas del primer cuaderno son del 7 de mayo del 2007. La terminé en el 2010.
—¿Cómo sería esa idea que trabajás en esta novela acerca de que aun los recuerdos sobre lo más doloroso es algo que se guarda celosamente?
—A veces el olvido es simplemente un modo de negar una realidad vivida, una realidad oscura, dañina, y se la niega como mecanismo de defensa para evitar que nos siga dañando. Pero hay mecanismos de defensa muy tramposos. Uno olvida para protegerse, supuestamente, pero ese olvido puede dirigirte otra vez hacia la inadvertencia, hacia la distracción, y hacia la misma realidad oscura que te tocó vivir, en una experiencia repetitiva. Por otra parte, ¿qué hay más propio que los propios secretos? Y si la construcción de una vida se lleva a cabo con las caricias y con los golpes recibidos desde los inicios, con las marcas de la cotidianidad y con los agujeros dejados por lo que nos ha sido quitado y con las intermitentes alegrías o momentos de paz que nos han sido otorgados, me pregunto: el que menos tiene, ¿no guarda celosamente para sí lo poco que le queda, sea lo que sea? Si lo que alguien posee es más que nada golpes, si no hay prácticamente nada más que eso, si vive con la sensación de que, dejando escapar el recuerdo de esos golpes, se vacía de contenido, se convierte en un hueco en vida, ¿no va a aferrarse a eso que posee, la experiencia que le es propia? ¿No va a tratar de evitar que lo despojen de más y más una y otra vez?
—¿Qué lugar dirías que tiene la memoria en la ficción?
—De hecho la memoria representa el acopio de datos, de imágenes, que nos informan sobre aspectos de la existencia. Sin memoria no hay nada, no hay aprendizaje, no hay arte, no hay lucha, no hay vida. La memoria alimenta la ficción de la misma manera que nutre la existencia. El planteo propone un círculo cerrado, o una especie de cinta de Moebius, en el que la primera mitad engarza con la otra: ¿qué papel juega la ficción en la memoria? La ficción produce memoria. Garantiza que se mantenga la memoria viva. No hay una sin la otra.
—Hay una conciencia en Eni (el personaje) acerca del mal social que produjo la dictadura militar; ¿creés que personas como ella adquieren esa conciencia a través de los años?
—Eni va adquiriendo de a poquito esa conciencia. Va abriendo de a poco los ojos. Va pasando del conocido “algo habrás hecho” a la crítica dirigida a los militares. Pero yo creo que, más que nada, ha tenido miedo de decir lo que pensaba o de actuar de manera que se pudiera traslucir lo que realmente sentía o sabía. De pronto aparece Alcira, y creo que Alcira la libera interiormente, en ese sentido, y le resulta una vía hacia la posibilidad de abandonar la ambigüedad (típica del miedo, de los pequeños –o no tan pequeños pero sí constantes– temores), la justificación de conductas no claras, y la confusión en las ideas, producto de los años de represión. Y sí, la gente adquiere conciencia a través del tiempo. De otro modo ninguna comprensión sería posible, ningún desarrollo lo sería, ningún cambio, ninguna revolución. Aprendemos a observar, a sacar conclusiones, no necesariamente guiados por nuestras necesidades individuales sino de manera más objetiva y racional, a veces a pesar de uno mismo y de los propios sentimientos e inclinaciones.
—Si bien en términos argumentales “Eni…” no es una novela política, sí lo es en cuanto a que el asunto nunca se deja de lado, es decir, a través de la militancia de Alcira, de los comentarios sociales de los sectores medios, de los de la propia Eni…¿se diría que es algo que no podés soslayar?
—Además de que la idea de que algo pueda ser “apolítico” en la práctica no tiene sentido (porque si no estamos parados en esta baldosa estamos parados en esa otra, y si ocupamos un cierto espacio ese espacio nos define), la realidad es que en nuestro país la política es algo que siempre penetró la vida de todos los sectores sociales, siempre ha sido un factor de mucho interés y un motivo de opinión, o de acción. Es posible que yo no pueda soslayarla en mis libros, y está presente explícita o metafóricamente, y para eso hay una razón: y es que la política es un aspecto indispensable en la vida de todos, en la vida pública y en la vida cotidiana. Resultaría muy artificial que un grupo de personas que se expresan acerca de cosas que les han sucedido durante cuatro décadas en Argentina evitaran mencionar episodios que fueron obvios y que invadieron la cotidianidad de todos los habitantes del país. En algún lugar tiene que aparecer, aunque sea como parte del contexto en que se desarrolla la historia, o en el pensamiento de los personajes. Además hay otra cosa: esta novela es un grito, un alarido, una denuncia. El abuso de un mayor sobre un niño es siempre una actitud política, es la imposición de poder por parte del más fuerte, es el ejercicio del sometimiento y de la humillación sobre el más débil, sobre el más vulnerable. Y una denuncia es siempre la manifestación de una posición política.
—¿Creés que se escribe sobre una sola cosa, que hay un solo tema a lo largo de la obra? ¿Cúal sería el tuyo?
—Sí, creo que, al fin y al cabo, se escribe sobre un tema esencial para uno. Cada libro, cada poema, cada párrafo, es una ramificación más generada en el tronco del mismo árbol. Creo que el que escribe porque no tiene alternativas, porque no logra encarar la vida de otra manera, y no necesariamente por el placer de escribir, atraviesa la escritura partiendo de un núcleo central, que son sus obsesiones. El primer concepto que me surge frente a tu pregunta es el de injusticia (y llega como un golpe), y consecuentemente el de justicia (que llega como eterna búsqueda). Es lo que queda prendido a la mente de un niño muy chico (y que después lo va a perseguir por el resto de su vida, y esa persecución va a determinar lo que pueda venir, o sea que se convierte en esencial) que por primera vez ve un bultito oscuro moviéndose confusamente en medio de la calle, que pregunta qué es, y al que le contestan que es solamente un gatito recién nacido que alguien trató de matar y no terminó bien su trabajo.