El centro del tiempo
La
lectura de un texto nos remite a particulares significados y a una modalidad de
escritura. Es la creación que un autor referenció, representó, imaginó de un
mundo que tiene determinados contornos, colores, formas, con habitantes que
siente, viven, sueñan de determinadas maneras.
Ese
mundo es el creado por el autor.
Las
palabras son el modo de traerlo hasta nosotros, los lectores. Y decimos, modo porque al acceder nosotros a ese
mundo, le conferimos la textura de nuestra subjetividad. Lo incorporamos y lo
hacemos casi nuestro.
Por
eso son tan importantes y particulares los nacimientos de los libros, porque
significan múltiples mundos imaginarios que comienzan a nacer…..en cada lector,
en cada mirada, en cada lectura.
Hoy,
José, nos invita una vez más, a compartir ese mundo que es su texto.
Un
texto que se llama El centro del tiempo.
Centro
y tiempo son palabras que definen un universo simbólico determinado.
Un
universo ya delimitado, por delimitar, posible de delimitar.
Un
universo entrevisto, propuesto, admitido en esa posibilidad de la narrativa de ser contada y
escuchada , de ser pronunciada y receptada, de ser escrita y ser leída, en esa
espiral inacabable de la escritura y la
lectura.
Centro
y tiempo, también, como estructuras que
recorren las posibilidades significativas de los relatos que José ha trabajado lenta y pacientemente en una
peculiar trama narrativa.
Centro
y tiempo, entonces, como el espacio donde podemos adentrarnos para convencernos
una vez, de las infinitas posibilidades que tienen las palabras.
El
centro metaforiza lo primordial, lo fundamental de los mundos y las cosas.
Su
conocimiento supone encontrar la comprensión
de lo esencial, la prístina condición de lo existente, lo no develado en la superficialidad de lo
cotidiano y lo sensible.
Llegar
al centro es ser totalmente un hombre en
el acceso a la sabiduría.
El
tiempo simboliza la vida en su transcurso. El proceso de lo que ha sido, lo que
está siendo, lo que podrá llegar a ser.
Apresar
el tiempo es enfrentarse con la
desaparición y la muerte, es apostar contra la destrucción, contra la ausencia
y el olvido. Es construir un refugio para poder seguir estando en la finitud de
lo corpóreo, en la infinitud de lo
simbólico, en la permanencia singular de la memoria.
El
centro del tiempo resume la consistencia de lo humano.
Representarlo
es apostar a la posibilidad de las representaciones, a la inmaterialidad de lo
poético, a la permanencia de historias que nos muestran. En definitiva, es
asumir la conmiseración por la precariedad de nuestros mundos.
José,
nos propone un recorrido hasta ese centro desde el desbordado proceso que es el
tiempo. Un recorrido paradójico que significa búsqueda pero también encuentro.
Un
recorrido que propone y es la vez, logro.
Esta
ambigüedad es lo que explica que
deambule sobre lo ya dicho para volver a repetirlo, que proponga volver a
incursionar sobre lecturas realizadas, que entremezcle relatos conocidos con
otros relatos totalmente nuevos.
De
ahí el sentido de esta Antología: como mirada reflexiva sobre historias ya contadas,
pero también como mirada expectante
sobre relatos diferentes. Como una desmedida ambición de alcanzar el Centro del tiempo.
José
apuesta a diseñar un caleidoscopio en el que se arman y desarman Viajes,
Travesías, Extravíos, Desencuentros en la condición permanente de Retornos.
Nos
invita a jugar en esa apuesta.
Un
caleidoscopio donde juegan los relatos no publicados conjuntamente con aquellos
que ya conocíamos Nos indica un posible rumbo de lectura con esa llegada
victoriosa a la metáfora final sobre ese
centro: el del tiempo
Por
eso abordamos una imagen como forma de avance en la lectura, pero también de
comprensión del recorrido.
Juan
Salino comprime en sus historias, esa ambigüedad de la pertenencia y la
ajenidad. Su vida es la irrisoria
secuencia de un relato que apela a la otredad pero también a la identificación.
El protagonista es todo eso. Es una marca más en un rumbo hacia el centro
ansiado, al centro por llegar.
Esa
pequeña nouvelle como me atrevería a denominarlo, se organiza en siete
fragmentos. Son los mundos de Juan Salino. Ese niño que mira las estrellas como
posibilidad de adentrarse en el poder que tienen las estrellas de cambiar los
destinos, de traer cosas nuevas que no existen en ese mundo inhóspito de los
desposeídos y los solos. Por eso, Juan aprende a leer en la naturaleza los
signos de los tiempos y los cambios. De ahí la primera amistad con un sapo. La
identificación con la naturaleza.
Los restantes fragmentos, ironizan sobre ese desajuste
entre el protagonista y los sucesivos grupos de pertenencia: la familia, los
amigos, el trabajo, la sociedad toda.
La
soledad, la incomprensión, van tallando un Juan Salino que vuelve a esa
primigenia identificación con la Naturaleza. Una identificación que supera la
soledad misma de la muerte en las imágenes de las hormigas y del sapo alrededor
de su tumba.
Un
recorrido, pues cómo decíamos que finaliza en un centro. El de la vida misma de
Juan Salino. Un recorrido circular que insiste en la demarcación de lo
distinto, la separación de lo otro, de los otros, para ratificar la
identificación con los valores de los hombres simples, de los hombres nobles.
Por que eso es Juan Salino. Un hombre
puro.
“El centro del tiempo” es el último relato.
Es
una interpretación de la posibilidad de
apresamiento de la creación.
Es
una interpelación con que se cierra la lectura.
Es
una imagen que metaforiza la infinita circularidad
de la vida y que propone la dualidad
laberinto/ círculo para poder acceder al centro del tiempo.
Y allí
donde el silencio emerge con este, el
último relato, es cuando termina el recorrido
Aparecen
las certezas que confirman la lectura en
esa innata comprensión de las historias, en los sentidos descubiertos y
aprendidos, en la sabiduría del utópico
convencimiento de la posibilidad y certeza que nos confieren las palabras.
Llegamos,
finalmente, a ese centro que es el tiempo.
Hemos
terminado la lectura
Ahora
empiezan a circular infinitos mundos de lectores.
Los
lectores de nuestro amigo, José.
María Paulinelli