En "la carta de vermeer", la poesía de María Malusardi evoca la armonía y la serena intimidad que subyace en las telas del pintor holandés desde el estallido desagarrado de la posmodernidad, donde prevalecen las fracturas de identidad, las historias desechas y los deseos truncos.
"Añoro el mundo de Vermeer desde que lo descubrí años atrás en el Rijksmuseun de Amsterdam, cuando un cuadro suyo me devoró: había en él un tiempo muy contenedor en el que anhelé entrar para siempre; algo de intimidad perdida, de ese hogar deseado tan destruido hoy como valor", expresó Malusardi a Télam.
Publicado por Alción, el libro –escrito en su totalidad con minúscula, como si se tratara de un murmullo íntimo, de un balbuceo interior– está compuesto de tres partes: "precipicios", "peligros" y "estaciones de la madera"; y cada una de ellas consiste en variaciones sobre un mismo tema.
La primera tiene un subtítulo elocuente: "fragmentos íntimos", donde Malusardi retoma con saña, dispuesta a ahondar hasta agotarlos, los temas de su anterior libro "El Accidente. Mosaico de familia".
"La familia es un tema recurrente en mí, porque me obsesiona como sufrimiento, como condena, como algo que se ama desesperadamente y por ese mismo amor destruye tanto; aunque creo que en éste libro la visión crítica y desencantada de los lazos familiares se ha incluso radicalizado, sobre todo al pasar a ‘esa otra familia’ que es la comunidad”, subrayó con ironía la autora.
Hijos sin padres, mujeres sin hijos, las piezas sociales vagan tan dispersas como las palabras, que parecen rehusar el hilo de la frase: "la sintaxis familiar descansa en la / fragmentación del cuerpo: / la poesía infierno de mis partes así somos / las palabras" o que buscan retomar la contundencia de un signo grabado en el cuerpo: "dónde la poesía en la guerra devuelve / cuerpo a la palabra".
Así, cuerpos y papel, herida y escritura son analogías que retornan a la manera de un motivo en una composición musical donde el ritmo del verso también ha sido quebrado; algo semejante a lo que ocurre con la obra de todos los músicos, pintores y escritores mencionados en los versos –Bach, Tchaicovsky, Otto Dix, Paul Celan, Juan L Ortiz, entre otros–, a quienes Malusardi refirió así:
"Compensan la familia rota, conforman una trama subterránea que sostiene la creación y me ofrece una íntima patria donde refugiarme; un talismán al que asirse cuando el cuerpo, lo mismo que la palabra, está rodeado de precipicios”.
En la segunda parte del libro, "peligros", se exacerba la mirada que acusa el desamparo y la muerte en un mundo de granadas y misiles, de madres que explotan y niños que vuelan en pedazos; al respecto, el epígrafe de Osip Mandelstam es elocuente: "Me desperté en la cuna / alumbrado por un sol negro"
En un mundo de violencia, el lenguaje también es violentado y, como los cuerpos inocentes, el orden lógico de la frase estalla y las palabras trocan en esquirlas que chocan o se acoplan en los versos.
“La renuncia a rearmar la lengua es tanto una opción estética como ética ante el vaciamiento de la palabra por parte de la maquinaria mediática; afirmó la poeta, y se interpeló: “¿cómo nombrar con ese lenguaje casi barbitúrico la destrucción sistemática de la vida y la desintegración del cuerpo social?”.
"El lenguaje poético sana la destrucción de la vida, la laceración que el hombre ejerce sobre sí; recupera, más que nada, aquellas zonas humanas escindidas en estos tiempos de locura, muerte y adormecimiento social", advirtió.
Resulta previsible entonces que la última parte del libro, aun cuando gire en torno al juego y la fantasía infantil de una niña con su títere, intente mostrar, de algún modo, la imposibilidad de recrear un paraíso perdido: "la niña ha roto sus escenas con martillo le ruega al títere dos o tres versos de zozobra".
O también, puede que ambos se desdoblen en una alegoría recíproca y el títere parezca humano y la niña títere, o que ambos se fusionen en una misma escena: "perdido el ojo de la niña en el ojo del mundo en el ojo del títere arde la ceguera".
Como un Vermeer visto desde el “Guernica”, la “carta” de Malusardi es la expresión de un íntimo anhelo; en tanto mira la apacible y tenue luz del maestro holandés desde su contracara apocalíptica. (Télam).–