sábado, 12 de abril de 2014

Comentario sobre "Templo de Pescadores" de Denise León





Domingo 05 de Enero de 2014/ Nuevo Diario web Santiago del Estero

“Templo de pescadores”
 es un libro extranjero, nacido del exilio, venido desde el fondo de un tiempo que siquiera podemos vislumbrar. Cada palabra alienta la sospecha de una voz subalterna, como si la palabra dentro de la palabra, la escrita y la que se conjetura sin enunciarse, una y otra, nombraran de un modo inconfesable el origen de la tristeza del mundo.

El epígrafe, Este libro es para tu boca —antes que una elusiva dedicatoria— es una tímida pero misericordiosa advertencia, salvo que cuando lo comprendemos es demasiado tarde para todo, ya que a esa altura el libro reside en nuestra memoria bajo la condición de un manuscrito que inexorablemente empuja a su infinita relectura.

A la manera de un médano que transmuta sin disgregarse, quedamos sometidos a esa vasta sucesión de imágenes cambiantes que hacen del texto una perfecta alegoría del desvelo. 
Antes dije un libro extranjero. Una lenta y dolorosa oración de despedida.

Asimismo, una especie de ceremonia inscripta en un mapa de bordes indefinidos que paradójicamente no postula un lugar, sino su ausencia. Voces pretéritas, reminiscencias infantiles, desasosegadas súplicas que a su pesar no ocultan la urgencia que las ilumina; así es como León sentencia el ocaso de la esperanza: una chispa, dice, un viento, una nada. Y en esa nada representada por la derrota de alguien que reza, mira, señala, como el último habitante de un vacío entre el mar y la tierra agostada, especie de testigo extraviado en la singular liturgia del poema, se dispara la confesión de que la oscuridad es el fondo constante del corazón, revelándonos que el testigo existe únicamente para la espera, la contemplación, o el equívoco milagro.

Un libro extranjero, afirmé, una lenta y dolorosa oración de despedida. También una errancia. El derrotero que en su aparente extravío esconde un pulso poético inefable, un orden impuesto por la sabia determinación de no violentar la lengua, extremándola para ello al punto de que se nos presenta como una plegaria apenas murmurada, León escribe Señor, pero entre ella y yo algo se ha roto y, más tarde, sin vacilar y sin temor: éramos un círculo de hierro. Y es cuando la luz crepuscular que irradia el libro nos persuade de que, como auguró un poeta egipcio en el confinamiento de su obra, “el mundo no puede bastarle a Dios, ni a nosotros”. Es acaso entonces así como debamos leer “Templo de pescadores”, de Denise León, con la conciencia de ese vacío: en el apartamiento y el silencio de nuestras pérdidas, estremecidos ante un libro tan íntimo y secreto, y abandonados a la intemperie de su implacable escritura.   

La autora 
Denise León nació en Tucumán, Argentina, en 1974, nieta de inmigrantes sefaradíes. Es Magíster en Lengua y Literatura y Doctora en Letras e Investigadora del Conicet (Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas). Ha publicado La historia de Bruria y numerosos ensayos en revistas nacionales e internacionales sobre literatura, poesía género y tradición judía en el siglo XX. Actualmente se desempeña como docente en las cátedras de Literatura Hispanoamericana II y Teoría de la Comunicación II en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina.

Ha publicado “Poemas de Estambul” (Alción, 2008), “El trayecto de la herida” (Alción, 2011), “El saco de Douglas” (Paradiso, 2011), “Templo de pescadores” (Alción, 2013) y “Sala de espera” (elCRUCEcartonero, 2013), y recibió el Premio Academia Argentina de Letras y la Beca Fulbright- Conicet (2011).

lunes, 7 de abril de 2014

Comentario sobre "Un detalle trivial" de María José Eyras



Por  Jorge Consiglio
Los narradores que usa María José Eyras en los relatos de Un detalle trivial parecen equilibristas. Los discursos transitan por una cuerda floja y cargan con la conciencia de que cualquier movimiento en falso bastaría para arrastrarlos al vacío. De allí que la incertidumbre funcione como clave en las inflexiones de su prosa –y de su prosodia−. Sus voces se alistan en la serenidad y en la cautela; no obstante, en los pliegues íntimos hierve, como un encrespado mar de fondo, el misterio de lo inacabado. En cada oración hay un doblez. Por una parte, se registra el transcurso simple del enunciado; por otra, la evidencia de una contención que atempera una voluptuosidad que aún ausente conserva vigencia. Este juego laborioso de tensiones es el que determina la temperatura y el tono de los textos. Los diez cuentos que conforman el libro son artefactos de riesgo, dispositivos que funcionan a alta presión cuyos puntos de fuga tienen que ver con la sensualidad y con la alternativa de una vida distinta.
En el cuento “Un detalle trivial”, una familia va pasar unos días a un pueblo de campo y no bien llegan el marido va a hacer compras en bicicleta y tarda más de lo que debería; en “Mundo cerrado”, Oscar, personal de seguridad de un barrio cerrado, espía a la esposa de uno de los vecinos; en “En el balneario”, Ángela veranea en una playa con su marido y sus hijos y recuerda a Miller, un profesor de Historia del Arte con el que acaba de iniciar un romance. En la mayoría de los cuentos de Un detalle trivial, se plantea un universo armonioso de límites estrictos que funciona como blindaje de amparo y felicidad; sin embargo, la intemperie externa, que supone siempre amenaza, más allá de su peligrosidad, resulta un foco constante de descompresión.    


Otras obras del autoraLa maternidad sin máscaras