martes, 20 de mayo de 2014

Sobre "Ángel en llamas" de Daniel Vera por Carlos Schilling



Escrito para una futura civilización verista


Hay tantas puertas que se abren en la casa de la poesía de Daniel Vera que elegir una sola siempre genera una sensación de melancolía intelectual por las habitaciones, los pasillos, las galerías, los patios y los recovecos a los que podrían conducirnos las otras puertas. Y si bien se trata de una casa donde todo está conectado con todo y donde los espacios son reversibles, parecidos a esos dibujos de Escher en los que las escaleras aparecen simultáneamente del derecho y del revés, también es cierto que cada recorrido, cada lectura, cada interpretación, presenta un mapa distinto e incompleto de esa construcción paradójica.

Para más complejidad y placer mental, en esa casa de la poesía de Daniel Vera abundan los planos, los mapas, las brújulas, los instrumentos de orientación. Incluso, podría decirse que es una casa construida no a partir de un plano sino que su misma materia son los planos. Arquitectura y lección de arquitectura al mismo tiempo. Lo que no significa, sin embargo, que esta casa se reduzca al espectáculo de su propia construcción. Hay espejos, sí, muchísimos, pero tarde o temprano uno descubre en ellos un reflejo extraño, una distorsión de la imagen, una insinuación de extravío.

Finalidad sin fin, que es el nombre secular de este libro titulado Ángel en llamas, tiene para mí la particularidad de ser un fragmento de aerolito en la galaxia bibliográfica de Daniel Vera. Los poemas que contiene fueron escritos, al menos en sus primeras versiones, entre 1982 y 1985, es decir que se ubican entre Perífrasis griegas, publicado 1981 y Fundamento Hsin, publicado en 1987, y no sé por qué motivo permanecieron casi totalmente inéditos durante tanto tiempo.

Supongo que hubo una razón práctica relativa a la dificultad de publicar en Córdoba en la década de 1980; también una probable razón estética, asociada al hecho de que todos los libros de poesía de Daniel Vera publicados hasta ahora presentan un principio de coherencia formal o serial, mientras que este resulta mucho más heterogéneo temática y formalmente (si bien utiliza siempre el endecasílabo, hay muchos tipos de estrofas y las extensiones varían de manera considerable desde 2 a 101 versos).

Pero, abusando del lema poético que figura en el blog Tortugas y lentejas y que proviene de Fundamento Hsin, lo que “sin razón se dona y sin locura” puede ser recibido con tanta razón y tanta locura como tenga disponible el lector, intérprete, crítico o, es mi caso, poeta posterior, tardío e influenciado, en el exacto sentido que les da Harold Bloom a todos esos adjetivos.

Obviamente yo no puedo saber de qué manera leo mal a Daniel Vera en mis propios poemas. Sé que no lo leo como Antonio Oviedo, que escribió un prólogo magnífico para Fundamento Hsin, ni como Bernardo Schiavetta (quien fue, en su período de formalista icónico, el poeta más cercano y más lejano a la vez de Vera). Es precisamente esa incertidumbre, esa sospecha en la razonabilidad o la demencia de mi lectura, lo que siempre me provoca una incomodidad de epígono traidor.

Declarada, entonces, mi dudosa competencia, la inestable combinación de delirio e ingenio que es el combustible de mis interpretaciones, paso a proponer la idea de que Ángel en llamas o Finalidad sin fin no fue publicado hasta ahora, hasta esta época en que el júbilo de Vera coincide con su jubilación, porque a partir de sus poemas es posible dibujar el mapa más completo posible de ese enorme laberinto que es la casa de su poesía.

Siguiendo esa idea creo que deberíamos permitirnos trazar los planos de las habitaciones principales, a las que habría que catalogar, para uso de una futura civilización verista, como Vera literario, Vera filosófico, Vera político, Vera ético, Vera paradójico, etcétera. No lo voy hacer yo en esta presentación, aunque intentaré fijar algunos puntos que, unidos entre sí, podrían servir de coordenadas.

Antes, quisiera compartir con ustedes una meditación libre sobre lo que he llamado el título secular de Ángel en llamas: “Finalidad sin fin”. Esas tres palabras constituyen en sí mismas un poema: un heptasílabo circular, con triple rima interna, proeza digna de Rubén Darío, diría Carlos Argentino Daneri. La lectura silábica, ya lo veremos, nunca es inconducente en la poesía de Daniel Vera, menos aún si se tiene en cuenta esa especie de tratado de la sílaba que es Fundamento Hsin (título que rima en el tiempo con Finalidad sin fin).

Sin embargo, en mi primer acercamiento al libro, antes incluso de leer los poemas, fue el concepto de una finalidad sin fin lo que me produjo esa clase de vértigo interpretativo que es la forma íntima en que reconocemos una paradoja. La sensación era producto de traducir mentalmente “finalidad sin fin” como “propósito carente de propósito”. El heptasílabo se estiraba en un endecasílabo y mantenía la simetría, pero igual decía menos que el original.

La palabra mal traducida, ya se habrán dado cuenta, era “fin”. “Fin” significa “propósito”, pero también significa “final”. Como un traductor resignado, recurrí a la prosa: Finalidad sin fin: “propósito carente de propósito y de final”. La poesía sería entonces para Vera algo que se propone como carente de propósito y cuya misma propuesta implica no llegar nunca a lo que se propuso. Esta involuntaria parodia de pensamiento filosófico no debería ocultarnos la dinámica interna de esa tensión y contradicción entre finalidad y fin. No hay nada estático, nada inmóvil. En términos mecánicos, el poema equivaldría a una máquina de movimiento perpetuo.

Sólo por cábala, quise darle una vuelta más a este espiral de sentidos y vi que si les agregamos unas comillas imaginarias a las palabras “finalidad” y “fin”, es decir, si no las leemos por sus significados sino por su materialidad gráfica y sonora, y tal como sugiere el sin le restamos la partícula “fin” a “finalidad”, lo que queda es “alidad”, una palabra que no existe en español, pero que bien podría ser el sustantivo abstracto de “ala”. Semejante interpretación, que podría parecer un absoluto delirio en la lectura de cualquier otro poeta, no deja de ser plausible (y perdón por esta excursión biográfica) en un profesor de lógica habituado a hacer malabarismos con conceptos mucho más evanescentes, como “rojez” o “rojidad”, por ejemplo.

Me quedé con esa idea aleteando en mi cabeza hasta que llegué a los versos 96 y 97 del primer poema de Ángel en llamas, titulado precisamente “Finalidad sin fin”. Esos versos dicen: “Finalidad sin fin. Ala ligera/ Vuelo del ángel libre y temerario”. O sea que la bendita “alidad” -de esta variante en jerga poética del español- es en cierto modo lo que conecta el título real con el título secular del libro y produce la alianza del concepto con la imagen.

En las últimas páginas del libro, Vera nos auxilia con un texto no menos paradójicamente titulado “Prólogo o epílogo de 2012 para Finalidad sin fin”. Allí toma la palabra los que yo catalogo como el Vera político y el Vera filosófico, y dialoga, discute y debate con la tradición filosófica que o bien excluye a la poesía del conocimiento y de la justicia o bien la asimila a uno de los dos ámbitos. Los filósofos paradigmáticos de una y otra postura son Platón y Heidegger, respectivamente. El primero expulsa a los poetas de la República; el segundo supone que la palabra poética es la casa del ser.

La respuesta de Vera, pluralista, democrática y liberal, se hace eco del epígrafe de Marechal (“Otros dirán la guerra y sus metales./ Yo he desertado y cruzo la frontera/ Detrás de mi señora pensativa”) y como si volviera a trazar el círculo emblemático del movimiento perpetuo, dice: “La poesía, en cuanto tal la entiendo, no interpreta la realidad ni la transforma, sino que se toma vacaciones de ella, es la niebla de Auden o el descanso del caminante de Bioy Casares, en fin, la Finalidad sin Fin, el reposo del guerrero”.

Como les prometí, a continuación voy a fijar algunos puntos por donde podrían pasar las coordenadas que sirvan para trazar los planos de las principales habitaciones de la poesía de Daniel Vera, planos que como dije antes ya están dibujados en sus propios poemas y de forma eminente en los incluidos en Ángel en llamas. Hay que recordar que se trata de una construcción escheriana, paradójica, donde el derecho y el revés conviven y donde los espacios se interpenetran y generan una especie de vértigo geométrico.

El primer poema del libro y el más largo, “Finalidad sin Fin”, es en buena medida un precioso tratado de teología negativa, que avanza hacia una definición más abierta o hacia una indefinición absoluta de poesía a través de una serie de negaciones que a la vez se niegan a sí mismas. La segunda estrofa consiste en trece negaciones seguidas (“No tiene fin el ritmo del poema/ no camina con rumbo definido./ No busca la verdad ni nombra el ser/ No da razón del hombre ni del mundo”), y sigue hasta terminar en una paradoja “No niega por negar ni afirma nada”.

Creo que la poesía de Vera es una sostenida variación sobre esas trece negaciones iniciales. Sin embargo, este teólogo hipernegativo, que no asocia la poesía al ser ni al no ser ni a la potencia, es a la vez un filósofo de la pluralidad y, también un idealista de la poesía (pese a sí mismo). En la poderosamente antiaristotélica segunda parte de este primer poema, dice: “No opone las palabras y las cosas/ Ni confunde las cosas con palabras./ Se conjuga tan sólo con palabras/ que entre palabras crecen y florecen./ Que las cosas se entiendan con las cosas/ El alma con el alma. Dios con Dios/ Y el poema sin fin con el poema”. Pienso que este “cada cual a lo suyo” implícito viene no sólo a compensar todas las negaciones anteriores sino a sublimarlas en una plegaria a la multiplicidad. El “sin fin” es una forma de decir “infinito”, palabra que no por casualidad aparece justo al final del poema.

La autonomía de la poesía no implica, sin embargo, necesariamente su pureza temática, y Vera, que en muchos versos parece apuntar en esa dirección, no deja nunca de mancharla, ensuciarla y mezclarla con otros ámbitos, la filosofía, como ya vimos, la ética, la religión, la política, e incluso la salud, como en el bellísimo “Salmo para Agripina”, donde contradice retóricamente sus frecuentes declaraciones de impotencia o ineficacia de la poesía y exige: “Obedezca el dolor a las palabras/ Venga el aire a tu sangre plenamente./ En el nombre del verbo solicito/ que las huellas del frío se deshagan/ como un copo de nieve sobre el fuego”. La parodia a la poesía latina se diluye si uno tiene en mente Formas de la oración, por ejemplo, o más importante aún, si se piensa en la sintaxis latina que adquirirán los versos de Vera en los años posteriores y que en este libro ya se anuncia en una traducción y apropiación de la oda trigésima de Horacio, evidente en estos dos versos: “Seré memoria mientras exista Roma/ y anagrama de amor habite en ella”.

Otro anagrama de amor suena en el único poema autobiográfico del libro “La espera”, en el cual para mayor distanciamiento Vera habla de sí mismo en tercera persona y traza su itinerario espiritual, su camino de salvación: “La desesperación secó su sangre./ Se entregaba a poderes enemigos,/ Pero vino a salvarlo la ironía/ (O tal vez el humor), que contestó/ Riendo la melancólica pregunta:/ Ha de ser el amor, devuelto en mora”.

Uno de mis poemas preferidos del libro, tal vez porque marca mi punto de máxima afinidad ideológica con Vera, es “Ficción” (dividido en dos partes). Algunas vez titulé un ensayo sobre su poesía “Vera ficción” y ahora me encuentro con este poema donde Daniel imagina la escena originaria de la invención de una historia: “La historia es una historia que se cuenta/ Tal vez cerca del fuego y en invierno/ Con la alegre ironía de una broma./ Y trata (¿cómo no?) de un cementerio;/ A nadie, pues, desmentirán los muertos”. El momento crucial aparece en el penúltimo verso de la primera parte, cuando uno de los oyentes de la historia toma la palabra para decir “Yo imagino otra historia”.

Eso significa que no hay una sola versión de las cosas, no porque no exista algo parecido a la verdad o a los hechos, sino porque esa verdad o esos hechos no son lo que importa, lo que importa son las historias derivadas de ellos, lo que alimenta el ocio y la invención de los hombres. Si bien este poema particular se inscribe en el marco de la discusión de Vera con el Platón de la República, contiene una sutil deformación del mito de Prometeo que quiero destacar como la idea más plural de literatura que conozco: “Noche a noche los hombres se contaban/ Diferentes pasados y memorias./ Propagaban el fuego de las fábulas”. El fuego de las fábulas, la llama donde arde el ángel de este libro.



Pero no quiero terminar esta presentación sin darme el lujo de leer el breve tratado de cosmología en dos versos, titulado “Pericia”, que Daniel Vera ubica o disimula casi al final de este conjunto de poemas y que casi sin ocupar espacio en la página parece comprender todo el cielo nocturno: “Pericia en el manejo de los astros./ Ninguna estrella sale de su curso.


Carlos Schilling