Presenta: Carlos Surghi
Biblioteca Córdoba 27 de Abril 375 Córdoba
Antonio Oviedo
Especial
Con éste su último libro, Oscar del Barco (Bell-Ville, 1928) interrumpió, brusca e inesperadamente –pero nunca sabremos hasta cuándo–, las formas empleadas en al menos sus cinco libros precedentes: tú-él, dijo I, dijo II, poco pobre nada, y diario. Todos ellos se fundaban, mejor dicho, forjaban poéticamente sus enunciados en unas muy ceñidas estructuras, despojamiento sería la palabra indicada o capaz de describirlas; e incluso, si fuera menester apelar a una mayor precisión, habría que llamarlas carentes de ornatos.
El empleo de las minúsculas en los títulos también era una señal que reafirmaba la misma voluntad de concisión. ¿Vuelve espera la piedra hacia una etapa anterior en la cual subsistiría una suerte de momento todavía provisto de irradiaciones verbales que ejercen su atracción sobre la escritura actual?
No se podría dar al respecto una respuesta demasiado tajante. Lo cierto es que la literatura jamás suele cerrar del todo lo que parecía haber concluido o lo que se hallaba en un estado de engañoso agotamiento. En síntesis, tal vez existan núcleos que permanecían larvados, y en los que la sensibilidad y la versatilidad de un autor descubre nuevas incógnitas determinantes para volver sobre pasos ya dados.
No sería, asimismo, equivocado remontarse hasta los poemas de Variaciones sobre un viejo tema (publicado en 1975, aunque su redacción data de 1962) o hasta los de Infierno, que fue editado en 1977 en México, e incluso hasta los tres relatos largos de Memoria de aventura metafísica (1968), de todos ellos proceden ecos que ahora resuenan en los 2046 versos de espera la piedra, y que también ahora son recobrados a partir de elaboraciones verbales dispares.
¿Cuáles son esos ecos que persisten con modulaciones inconfundibles? Los surgidos de una sintaxis que Oscar del Barco ha logrado forjar con un sello propio y que opera mediante recurrentes fracturas de la ilación gramatical. Esta última observación quedaría incompleta si no se aclarara que dichos cortes producen, gracias a los nexos imprevistos si no opuestos entre palabras o grupos de palabras, una acústica desigual, chirriante, desprovista de la armonía capaz de apaciguar lo que en modo alguno busca una estabilidad duradera. En todo caso lo que el estilo poético de Del Barco quizá construye es justamente ese discurrir devorado por la impaciencia y que tiende a esquivar una continuidad más o menos lineal.
En la anterior apreciación quedó esbozado un aspecto crucial de su textualidad poética. Aspecto en virtud del cual sus "temas" (desdicha, padecimiento, locura, violencia, caída, fragilidad de los esfuerzos, fatalidad de la intemperie) son el objeto de una escritura que una y otra vez apela al in crescendo para robustecer sus permanentes recomienzos. Nada aquieta entonces este movimiento de sonoridades divergentes, si bien a veces los borbotones de imágenes se repliegan y sus páginas dan cabida a pausas muy breves.
Aunque parezca una afirmación, en realidad el título de este libro formula una pregunta que dice: ¿espera la piedra? Las respuestas circulan una y otra vez por los versos de este extenso poema. Suelen registrar cosas disímiles, pues a menudo la piedra se convierte en un leit motiv. En el cual se inscriben sus vibraciones, su inercia, sus intersecciones con el tiempo o con la alucinación, su hallazgo casual, su dimensión de lápida, su capacidad de golpear, su relación con el aire, la luz, el agua, la carne, los recuerdos. De ella también brotan palabras, como ocurre con la poesía de César Vallejo. Una espera que no la inmoviliza, Del Barco así la concibe, sin dejar de interrogarla.
Poesía
"espera la piedra", por Oscar del Barco, Alción Editora, Córdoba, 2009, 65 páginas. Precio: $ 40.
de
Adriana Musitano
Alción Editora
tiene el agrado de invitar Ud./Uds a la
presentación de
de Mauro Cesari
el día 25 de s
etiembre a las 20 hs.
en
Archivo Histórico
Riva
davia 222
Paraná,
Entre Ríos
Jueves 3 de setiembre de 2009
Edición impresa | Suplemento Cultura | Nota Antonio Oviedo
Especial
El título mismo, con minúsculas, es además el diminutivo de un gentilicio que designa al oriundo de Entre Ríos. Sin embargo, es también lo pequeño, lo insignificante, lo que puede adquirir incluso poca visibilidad por su tamaño y que se esparce en las páginas de éste, valga la redundancia, "librito" de Mauro Cesari, nacido precisamente en Paraná en 1977. Nacido precisamente al lado de "un río sin orillas", como supo titular Juan José Saer a un ensayo que explora el Río de la Plata y los cursos no menos caudalosos y anchísimos que bajan desde Brasil y circundan –o atraviesan– la Mesopotamia: el Paraná, el Uruguay, el Gualeguay, entre otros.
Una geografía, además, íntimamente asociada a la experiencia lírica –sin parangón en la literatura argentina– de Juan L. Ortiz, a su opus magnum En el aura del sauce.
No hay razón alguna entonces para soslayar este precedente en los versos que ha reunido Cesari en las páginas de el entrerrianito. Nombre con el cual se puede acaso designar también el texto como tal que escribió Cesari. En el sentido de que sus tres secuencias ("Hechos", "Eco" y "Apéndice a modo de tarros o El barro") conforman un artefacto designado por dos palabras, una breve y la otra particularmente extensa, que semejan una suerte de desgajamiento, de afluente que, deslizándose por un cauce propio, se apartó del vasto río que Juan L. Ortiz convirtió en su poética más intransferible.
Se apartó, en un doble sentido, pues consiguió trazar un recorrido capaz de reivindicar a quien lo antecedió y a la vez moldeó formas originales para fundar ese mismo recorrido. Importa leer las dos líneas que Cesari emplea en su poema para justificar la distancia, por así llamarla, que puso con su grandioso predecesor literario: "Alejarse/usando como impulso el cuerpo del que se huye". Y agrega, reconociendo que su esfuerzo es enorme y que debe redoblarlo: "difícil/ salir del agua con agua".
Pues justamente Cesari no ignora que la figura de Juan L. Ortiz sobrevuela ese inmenso territorio fluvial sobre el que hizo posar su escritura. A este respecto, dicha presencia queda corroborada ya sea por una cita de Ortiz o bien por la alusión al legendario oficio de juventud del poeta, quien debió aprender los gajes de miniaturista y pintar paisajes, valiéndose de una lupa, en cabezas de alfileres. Por lo tanto es menester buscar o inventar otro léxico y otra sintaxis para una hidrografía que perpetuamente cambia y que al mismo tiempo permanece, de igual modo que el paisaje que cobija ese mundo acuático no cesa de renovarse para mantenerse idéntico.
Para captar esta profusión inabarcable de sensaciones auditivas y visuales que emanan de las palpitaciones –ora sosegadas, ora convulsivas– de la superficie del río, habría que recurrir, sugiere Cesari, a un taquitoscopio. Un instrumento que sería quizás el adecuado para llevar al texto de la poesía las curvas de sonoridades y silencios que emiten camalotes, peces, embarcaciones, niños que dibujan letras con ramas en el agua, pero también las ceremonias y ofrendas religiosas, en fin, las "burbujas muertas en la espuma" o los reflejos acústicos que tocan las pieles de los seres que habitan el río. ¿Coincide entonces Cesari con el propósito de subordinar, como quería Joyce, las palabras al ritmo del río?
Poesía
"El entrerrianito", por Mauro Cesari, Alción Editora, Córdoba, 2009, 53 páginas.
Precio: $ 30.
Casandra y Alción Editora
tienen el agrado
de invitar Ud./Uds a la presentación de
de Marcelo Percia
el día viernes 28 de agosto a las 18.30 hs.
Libro: Cuaderno Blanco, Alción Editora, Córdoba, 2009
Autor: Matías Vernengo (Buenos Aires, 1963). Poeta y editor. Ha publicado los siguientes libros de poemas: El gesto del que danza, 1994 (3º Premio Municipal de Literatura Luis José de Tejeda 1993, Córdoba) y El ojo y la cerradura (Mención especial del concurso 1999 de Ediciones del Dock, con un jurado compuesto por Santiago Silvestre, Jorge Boccanera y Joaquín Gianuzzi). Además, ha colaborado con poemas en las revistas Omero, Hablar de Poesía, Barataria, entre otras. Es editor, egresado de
Reseña
Cuaderno blanco comienza como instantáneas sobre la fragilidad de la vida, de cómo el vivir cansa, y cómo tenemos que apresar los mínimos momentos de esplendor. Es una cartografía del vivir y de los cuerpos. Hay poemas como “En el puño izquierdo” que recuerdan el estilo epigramático del Montale de “Diario del 71-
En la poesía de Matías Vernengo está siempre latente una fenomenología del tiempo y la memoria, de sus intersticios descriptos como mecanismos que consolidan una filosofía muy propia (“Historias líquidas”). Dentro de ésta asoma una fenomenología del lenguaje, de los fragmentos en que a veces estalla el lenguaje (“El escritorio”). En la mayoría de los poemas sobresale una respiración entrecortada, como si el verso jadeara, logrando una forma muy original para proyectar el dolor. Hay momentos en que el dolor encuentra un equilibrio al captar el lenguaje de la naturaleza, pero no como promesa paradisíaca sino como evidencia de una escisión (“Ir a ese mundo”). La exploración del paisaje, su relevamiento, también es una exploración de la psiquis, pero sin complacencias. No hay indulgencias sobre la repetición que trae el pasado asociado a cosas mínimas: el adobe de la casa, un mortero, una cerradura, una llave. El relevamiento de la memoria, que acecha como una cabeza cortada en una bandeja impone un sufrimiento pero también un conocimiento, un saber. Lo que Matías Vernengo nos dice es que en esta exploración no hay victorias ni epifanías. La misma belleza del recuerdo tiene su rostro cubierto de barro.
FERNANDO KOFMAN (poeta y ensayista )
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Editor
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Revista Hablar de Poesía