viernes, 17 de agosto de 2012

Sobre "variaciones Stalker" de Claudia López


Texto escrito y leído por Jorge Consiglio en la presentación de variaciones Stalker de Claudia López
            
Si pienso en Claudia López, la primera imagen que me viene a la mente es la de ella arriba de un colectivo en movimiento. Sé que ese colectivo se desplaza paralelo al mar. Claudia ocupa un asiento individual. Lleva un libro sobre las piernas pero no lee. Es una tarde de invierno. La ciudad está vacía. La ciudad es Mar del Plata. Claudia está bien abrigada. Mira por la ventanilla. Observa alternativamente la hilera de edificios mudos por el frío y la perpetua elocuencia del mar. Esta imagen de Claudia en el colectivo es paradójica, porque por una parte remite al transcurso, al movimiento, y, por otra, a la contemplación detenida, a la mirada que de tan demorada y profunda deviene inmóvil.
Y algo de esta combinación de opuestos, de esta alquimia entre las dos más claras expresiones del vértigo, me da pie para hablar de Variaciones Stalker, el último libro de Claudia. En estos textos, el yo lírico (esta Alethéia que “sale para olvidar los consejos de la quietud”) deambula por plazas, por ciudades, por transversalidades, por policromías y por el gesto de los hombres. Tiene la mirada direccionada “hacia el abismo de los pies” porque entiende que “la aventura de salir/ no es/ la ignorancia del destino/ ni el peligro de las posibles emboscadas/ el riesgo es/ no saber de dónde”.
Es sabido por todos: la sustancia de los viajes es compleja y, por lo general, independiente de las distancias, de los kilómetros, de las rutas como entidades concretas. Su materia es volátil. Está confeccionada, sobre todo, por sueños, incertezas y extravíos. Por eso para darle nombre a los viajes, el signo debe librarse de la opacidad que lo conforma y procurar el almíbar de la multiplicidad. Es decir, la palabra se tiene que desprender de la pesadez, de ese vínculo férreo con que se enlaza al mundo. En suma, la palabra tiene que librarse de la gravedad para alcanzar su entidad lírica. Y en este punto, me parece pertinente citar a Ítalo Calvino en las Seis propuestas para el próximo milenio. En la primera conferencia, la dedicada a la levedad, el autor reflexiona sobre la escritura de ficción luego de cuarenta años de oficio. Anota: “mi labor ha consistido las más de las veces en sustraer peso; he tratado de quitar peso a las figuras humanas, a los cuerpos celestes; he tratado, sobre todo, de quitar peso a las estructuras del relato y al lenguaje”. Y con esta levedad que menciona Calvino es con la que enuncia Claudia en Variaciones Stalker y consigue un tono único, un “punto entrópico”, desde el cual es posible afirmarse en la vacilación y de esta forma acceder a la Zona, espacio en el que “una cámara ausculta el corazón del que ve y viaja”. La Aletheia, como verdad evidente y protagonista de estos poemas, es, como se consigna en el prólogo, “ligera, tanto como sea necesario para silenciar los discursos imperiales del miedo”.
En Variaciones Stalker, la voz que enuncia es sabia para elegir sus imágenes entre las infinitas formas de lo posible y de lo imposible. Esa voz es, como dice Claudia en el prólogo, “el ovillo musical de la especie”. Nombra desde el balbuceo y desde el asombro. Es su destreza, la manera en que “esta(s) lenguas(s) orfebre(s)” trabaja su aliento para otorgar significado. Porque si la historia se resume en el vuelo de una paloma, como se consigna en el poema escrito en la estación de Bologna, el destino, todos los destinos, se cifran en cualquier objeto tocado por el transcurso, por el puro de devenir del transcurso. Cito a Claudia en “Paisajes”: “tu rostro en la ventana los ojos/ perdidos en lo que pasa y no te pertenece/ abiertos levemente los labios/ a punto de besar el vidrio/ el paisaje/ lo que corre/lo que no tiene nombre ni te habita/ eso que duele/ y cura/ y nunca se detiene”. Vuelvo a la imagen inicial: alguien, Claudia, que viaja en un transporte y mira por la ventanilla. Detrás de ella se gana “cierto estado de gracia”. Entonces: “un techo inútil una sábana crepuscular el humo de los otros/ nos arrebatan/ nos salvan”.
Hay un libro de un alemán que se llama Bernd Stiegler que habla sobre los viajeros inmóviles; es decir, los que viajan sin salir de su propio cuarto. Para estos viajeros es requisito extrañar su medio, quebrar el moho cotidiano y observar con nuevos ojos las cosas de todos los días. Cuando un observador está viajando de este modo, los espacios cotidianos se re significan y se vuelven verdaderos espacios de experiencia. La geografía, entonces, se activa, merodea al viajero. Le ofrece una forma, una matriz, una instancia de atención en la que refractarse. Esto también sucede en el imaginario de Variaciones Stalker.  “las puertas se abren/ siempre/ hacia el interior”, se enuncia en la sección II del poema “trampas”.  En este caso, en que sí hay desplazamiento, el recorrido por las ciudades (ya sea Bologna, Bogotá o Buenos Aires), por las plazas, por los trenes, por las paredes angostas de las habitaciones, por los cuadros o por las ventanillas termina por conformar una topografía exacta del ser. La materia del universo en Variaciones Stalker es similar a ese espejo que Brecht usaba para que los actores “no se distrajeran en sí mismos y se perdieran en sus pozos”. Pero además, en este caso, la mirada de quien enuncia también es activa. El signo de esa mirada es incuestionable, “enmienda la discontinuidad/ de los restos/ enarbola la señal de que hubo amor”. Esa mirada poderosa toca los objetos y los mueve, como lo hace la hija de Stalker con su telequinesia. Este fenómeno es posible, porque como se dice en el prólogo: “Nada está ajeno aquí, nada está fijo”. 
Quiero hacer una última consideración. Tiene que ver con la cadencia de la poesía en Variaciones Stalker. Hay en la concavidad de sus versos una distribución de acentos y de pausas cuya acústica, única e insondable, como la de los libros infinitos, gesta el mandala que habilita el acceso a la Zona, el disparador que recrea la memoria del cuarto en el que todo es posible, esa potente instancia de verdad. Se trata de un movimiento de vaivén, de ida y de vuelta, un movimiento pendular, un irse, pero no. Recordemos que "en la zona nadie puede caminar rectamente, ya que, cuanto más derecho se vaya más riesgo hay". De modo que, siguiendo la lógica del guía, en Variaciones Stalker, la cadencia es dejarse y no dejarse caer. “diástole y sístole/ nos dejamos/ y no nos dejamos”,  se dice en “oración de parque de la independencia”. O en “la Candelaria”: “ojos bizcos por los siete colores/ que bajan suben por Monserrate/ apenas suben/ bajan/ se deshilachan/ en balcones que remedan la curva/ de la tierra”. O en ese “a donde/ entrás a dónde salgo” en “saludo en la biblioteca nacional”. Con este uptown/dowtown, este perdimos/ganamos, futuro/pasado, inocencia/culpa, funerales/reencarnaciones se organiza un ritmo, un latido de avance que asume la ruta en el sentido menos ortodoxo, que es el sentido cabal (barajando el lado de luz y el de sombra) que ofrece la Zona, sitio en el que mejor se confronta con la “espera”. 
Y como si nos trajera la marea, el hilván de estos juicios nos ubica en los primeros párrafos de Zama, la novela de Di Benedetto. Esos en los que el personaje va en busca de correspondencia al muelle viejo. Cito: “Entreverada entre sus palos se manea la porción de agua del río que entre ellos recae. Con su pequeña ola y sus remolinos sin salida, iba y venía, con precisión, un mono muerto, todavía completo y no descompuesto. El agua, ante el bosque, fue siempre una invitación al viaje, que él no hizo hasta no ser mono, sino cadáver de mono. El agua quería llevárselo y lo llevaba, pero se le enredó entre los palos del muelle decrépito y ahí estaba él, por irse y no, y ahí estábamos. Ahí estábamos, por irnos y no”.
Nada más cierto que las pautas eventuales de un viaje. Nada más entrañablemente hermoso que el recorrido que propone Claudia López en Variaciones Stalker.
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Texto escrito y leído por Laura Estrín en la presentación de variaciones Stalker de Claudia López

                                           “Y que querés, mamá, si vos te lo pasás leyendo
                                        sobre la zona"  -esto me dice a veces Ana, mi hija-

Ponerse en la zona con la confiada desconfianza del Stalker, estar en la zona, en la literatura, eso hace Claudia López al escribir. Y, además, nunca sale de ella, por eso hoy presentamos Variaciones Stalker.

 Escribir es una confianza extrema que algunos tenemos, lo demás son preguntas, como las del primer poema de Claudia: dónde, qué...
 Algunos respondemos-escribimos-vivimos en la zona. Vivimos divididos pero vivimos en la zona. Y sólo en la zona respiramos bien porque la literatura es un lugar y una salud. A la zona vuelve todo, regresa todo en formas variadas, en acentos y ánimos variados, esos ánimos que nos quedan cuando nada nos queda. La zona es un singular vacío lleno, como en Solaris… Es el ánimo que vuelve al cuerpo, al cuerpo frágil que somos. Ese crack up que componemos todo el tiempo, por suerte.
Pero la zona no es esa mentada página vacía, en Claudia López está escrita y, encima, con variaciones. Por eso puede nombrar lo que desespera, lugares, nombres, viejas historias: la zona no escampa, sino que acompaña fielmente, alienta, define la catástrofe que nos retrata. Como ese Stalker-pasante-transmisor que deja una hija diferente atrás para tenerla siempre adelante. Porque la zona ocupa todo el paisaje, es el horizonte de nuestro escribir, entonces, ese Stalker se interna en la zona literaria para volver distinto y pertinaz a la vez.
 El Stalker es un ser ensimismado, acentuado, intenso, que entra una y otra vez a la zona y deja una hija y la escritura, tal vez, para recuperarlas en variaciones más fuertes, en rítmicos sistemas de repeticiones como en este libro. Zona-escritura e hija son lo mismo, son un mismo deseo, una misma fuerza que nunca nos abandona como un perro en la literatura rusa, como Sonia va a Siberia. Y les juro que hablo de este libro y lo que este libro Stalker-pasante-transmisor lleva. Hablo de lo que carga, menuda carga: Cargar la zona.

 Cargar la zona: la escritura como fijación y búsqueda –eso dice Claudia López-, ese pasado que creemos demora cuando ya envejecemos, eso lo digo yo pero me lo alcanza su prólogo.
 ¿Qué pasar? - es la pregunta que acosa en la zona:
Y Variaciones Stalker responde: “Ligera, tanto como sea necesario para silenciar los discursos imperiales del miedo, da el primer paso de la serie".
 Lo dije mil veces: los buenos libros, dicen lo que hacen.

 La zona es un lugar, una confianza de escritura, de eso hablan los poemas de Claudia López. Y por ahí está su corazón que en ciertos lugares "es menos objetivo".
La zona también son viajes, es el tiempo, que siempre es "demencial" y "úlcera". La estoy citando.
Y voy página por página en la zona que ella escribe y encuentro colores y manos, como si supiera de mí esta poesía pasa mis cosas.
Los lugares que son colores, Marsella es rojo, y que son también los nombres que hacen grumo en las frases, los nombres ausentes y presentes a la vez en el verso, en dedicatorias, en referidos directos.
 Este libro sabe de colores e imágenes, y sabe que "siempre inacabado/ el mal se ofrece/ vulnerable/ a la gula de Goya".
 Lo digo siempre: los buenos libros nos agarran del cuello: “ay de quien no crea en las manos" –dice ella-, y yo entiendo que las manos no mienten, porque la cara es disfraz potente, entonces las manos, son transparencias honestas, crueles colores de verdad extrema.

¡¿Cómo te perdono Claudia que traigas-escribas en la zona piedras!?: No hablamos para todos, hablamos para nosotros mismos entre algunos. Y hay río en este libro, un río en un paisaje determinado. El paisaje "es lo que corre", "lo que cura", como las manos, leo en Variaciones Stalker.
Claudia desespera porque me habla directo: pasa el "otoño en mitad de la primavera" –supone muy precisa-, entonces ella recuerda cosas que se guarda pero que se le translucen en los versos, pasan por ese Stalker, pasan por el que escribe. Ella así pasa, traspone: ventanas, árboles, la felicidad de las cosas... Ella sabe: las cosas son lugares firmes, contundencias, quizá porque este particular vacío-lleno que es la zona es elocuente, la poesía es elocuente y pasa, de una orilla a otra, las cosas, las palabras y las cosas, creo en la propiedad de las palabras…
 Insisto: La literatura, la literatura que compone la zona, sólo trata de finas trasposiciones –acá recuerdo a Celine obviamente...
 Claudia López obliga a las cosas por eso se obliga a no ser reflejo "farsante" -esa palabra usa y la cito para que no crean que yo tiño con mi realismo verdadero lo que leo-, Claudia trata con la máscara que la zona hace caer.

 En Variaciones Stalker hay lluvia (como llovió hoy y ayer y como el agua acompaña todas las películas de Tarkovski, y hay que creerle al autor que dice ponerla porque el agua lo rodeó en su infancia). Y en Variaciones Stalker hay batallas perdidas-ganadas, hay trampas: no saber nunca de dónde salir y salir igual, salir hacia adentro, siempre.
 Todo esto sucede porque aquí hay una-autora-que-sabe que cuando dice "yo" y "aquí" es grave complicación pero cuando anota "árbol" las marcas son precisas: es la infancia o las cosas. Y el árbol vuelve, una y otra vez como la infancia: lo que se conoce para siempre, la que conoce para siempre, "los árboles persisten/ mientras sangra el sol" –leo en este precioso libro cercano-. Y entonces se arma todo su mundo (y parte del mío, ¿para qué ocultarlo?).

 La zona es "justo aquí", "destino regional", "patria" desarreglada, desmantelado lugar...  Un Virreinato completo. Y repito a Nicolás Rosa cuando decía que la literatura argentina se dividía entre la Rioplatense y la del Alto Perú. Singular Stalker éste que anda por lugares americanos viejos con una voz que no grita, que a veces muere, invocada y llorada por plazas de Bogotá, Sevilla y Buenos Aires.

 La zona es una obstinación, una impertinencia, una soledad tenaz, "capricho tártaro" -dice Claudia-, y es rezo, oraciones. Lo dice el libro cuando sabe usar adjetivos: "fanáticos azahares", "vieja intacta" o "puntuales excedidos".
 El poema es también saludo en la Biblioteca Nacional, acá mismo. Frases en la pared, graffitis -anuncia, que después se van mas lejos, a otros tiempos, a otros reinos, y mira ahí y escribe lo que ve adentro.

 Así, los versos son todos provocaciones y mandatos:
 "trabajar la memoria/ como un cristal/ pulirla/ hasta que todos los reflejos/ le den forma de su travesía/ nada lejano/ en la génesis del presente/ derivar como un río/ por sus asociaciones/ peregrinar/ hacia los días inocentes".
 En un libro anterior Claudia también se detenía en las lentes que pulía milagrosamente Spinoza. Claudia es de la raza de los poetas que mira en eterna vigilia, porque de eso se trata en la zona.

Variaciones Stalker vive además en mil dedicatorias que son ojos, visiones de escenas, imágenes que vuelven para plasmarse, y hay entregas, buenos traidores y mujeres que no se niegan... Entiendo un poco, otro poco temo. Claudia López se sabe también "geométrica" y pidiendo perdón "se protege".
Y mientras la leo me pregunto qué significa un libro que como agua lava la piedra, la cara y las palabras (y la cito, a medias...) Porque la poesía es encontrar. Encontrar cosas propias: nombres, vientos que son sombras, rituales, ciclos que no creemos o aceptamos a regañadientes, lugares que son felices y que otras veces son tristezas, llegadas o ramblas que uno puede prever: la de Barcelona no tanto, sí la de Mar del Plata.

 Esta poesía cuando pasa esas cosas se trata. Se trata a si misma, siempre la poesía se muestra, mas o menos cerrada o hermética, pero nunca es disfraz, es el reino desnudo de un amor: "el preferiría salir ella escuchar" -escribe Claudia López- y la gracia de que no haya ahí puntuación/separación entre ellos porque “él” y “ella” están escritos seguidos en un verso, pasados-juntos por el Stalker, pasados por trenes acompasados de paisaje o terraplén que "predispone a las lágrimas la fe las íntimas promesas", verso también que avanza sin puntuación.

 Hay poemas situados y fechados, entendidos, acompañados de sentidos claritos como el lindísimo marco que es "estación Bologna, nemotecnia para el 2 de agosto de 1980".
 Los poemas conservan, de ahí su fijación, su cierre o hermetismo, su extremo saber preciso. Conservan planos, tiempos, puertos y música. Claudia López no se olvida.
 Allí, además, los sueños hacen los ojos, los pies el despertar y siempre los recuerdos familiares componen el poema que es retrato.

 Hay partes en este libro -"y si hay partes no son todas para asomarse",  como dijo clarito Zelarayan- por eso, de algunas, sólo puedo retener perfectas intensidades que Claudia logra en ensimismamientos de verbos que dan un ritmo casi cantado. "Coral". Entonces, mirar, inclinarse, son órdenes que los poemas dan, se dan. Y sigo leyéndolos, sin entender algunas palabras como "tunjo" o "muisca" pero atenta a otras señales que sí me completan porque no todo es explicable.

 A veces la poesía se nos aparece escrita, quiero decir: los versos se nos presentan como poesía que está ahí desde tiempos inmemoriales, es entonces cuando verdaderamente llega a nuestras manos futuras. Eso no sucede siempre con lo que leemos. Eso sólo pasa porque aunque allí leamos lejanos guerreros o una antigua historia de pinturas y mosaicos "el alivio de la forma/ curva la lámina del cuerpo". Me explico: Es poesía lo que nos afecta el cuerpo.

 Variaciones Stalker  es un libro que sabe de estampas, esos frisos que pueden ser clásicas pinturas clásicas o el genial retrato de una vecina. Porque Claudia López igual que el Stalker de Tarkovski, lo que sabe es pasar.