viernes, 9 de agosto de 2013

DICCIONARIO DE EQUÍVOCOS. UNA POÉTICA DEL DESVÍO. de Patricia Mercado y Walter Vargas


Por Gustavo Bernstein.

La primera operación estética del libro de Patricia Mercado y Walter Vargas titulado “Diccionario de equívocos. Una poética del desvío” y publicado por la cordobesa Alción Editora radica ya en su título y anuncia la deontología que sobrevolará sus páginas: la afirmación paradojal. Porque ¿qué es un diccionario sino precisamente un glosario de certezas, un catálogo de certidumbres? Uno acude a un diccionario en busca de lo inequívoco; o en todo caso, para subsanar un equívoco, no para formularlo. Lo que aparece junto al fonema convocante detenta siempre categoría de verdad. Su función es brindarnos un absoluto en qué creer. Por eso, al recurrir a un diccionario uno incurre en una suerte de acto de fe. Ante el desamparo del idioma, ante el abismo del lenguaje, uno espera la respuesta que mitigue su zozobra interior.

No es el caso de este libro, cuyo subtítulo, para mayor incertidumbre, viene a avalar lo presagiado; salvo que ya no paradoja, sino tautología mediante. Porque ¿qué es la poesía sino precisamente un desvío?

La poesía consiste precisamente en su condición de coartada, de ardid con que sortear la encrucijada de la vida. Si algo distingue a todos los poetas, de todas las disciplinas, es un síntoma común: todos padecen de un acentuado síndrome de fuga, patología que pretenden camuflar por vía del arte. He ahí, entonces, ya un primer retruécano entre la operatoria binomial propuesta para título y subtítulo; binomio fundacional que es, a la vez, en su doble acepción, toda una declaración de principios.

¿Y qué nos dice? Nos dice que no se trata de un manual para catequizar o de un repertorio de apotegmas por los que velar. Nos dice que es un libro destinado a dejar testimonio de una interpelación. Quienes quieran respuestas, nos dice, han dado con el libro equivocado. Nos dice que no está hecho para ofrecer un significado de las cosas sino para eludirlos. Nos dice que consiste en puras disgresiones, en líneas de fuga.

Y lo ratifica Marcelo Percia en el prólogo: “es el relato de una fuga. Un desvío para salvarse de la desesperación. Cada término de este diccionario es un equívoco. Un significado que se sabe no definitivo”. Es decir, entiende a los autores como a dos fugitivos en una pura errancia, que no van tras el fogonazo de una verdad trascendente, cristalizada en un axioma, sino que se cobijan debajo de una constelación de pequeñas iluminaciones inmanentes.

Claramente no se trata del peregrinar de dos penitentes que cargan su Evangelio. Para refrendarlo, nadie mejor que Hugo Mujica en la contratapa: “han logrado algo realmente difícil: definir abriendo, dando voz a las palabras, o sea, lo opuesto a un diccionario, en el que suele callárselas diciendo”.
Se trata, en definitiva, del peregrinar de dos libertinos, dos impúdicos antipositivistas que eligen, además, con indubitable ironía, como forma poética, un diccionario, un hijo dilecto de la Ilustración.
Ahora, ¿qué implica esa mordaz servidumbre formal de inscribir la poesía bajo la forma de un diccionario? En principio apelar al más rígido de los géneros literarios. Y al más elemental, en tanto se construye a partir de un signo de puntuación que se reitera. Todo diccionario no es más que la iteración de un sistema de ecuaciones. Son siempre dos proposiciones, supuestamente equivalentes, que se ubican a cada lado del signo. Con la salvedad de que una, la primera, es un único fonema. Es decir, todo radica en tomar un fonema, un signo igual y desentrañar una supuesta equivalencia. Y luego agrupar los resultados según un orden alfabético. Ese es todo el secreto.
Debe decirse, no obstante, que no son Mercado y Vargas los primeros en emprender esta aventura. Pueden citarse, entre otros, el Diccionario filosófico de Voltaire, el Diccionario del diablo de Ambrose Bierce o el Diccionario del que duda de John Saul; pero el tono que prima en todos ellos es más bien ensayístico. En éste, es rotundamente poético. Y no es poca cosa el hallazgo formal de concebir un diccionario como forma poética; implica ajustarse una a poesía cuya limitación no es la rima tradicional ni la cantidad de sílabas o estrofas, sino la de una matriz estructural hecha de ecuaciones. Es decir, no sólo asumir el desafío de no ajustarse a una forma apriorísticamente poética, sino además decidir subsumirse a otra concebida incluso para severos fines utilitarios e intentar redimirla con fines poéticos.


Aunque esta innovación pueda importar poco, si se entiende que la virtud literaria no reside en la invención de géneros sino en hacer de la propia escritura un género. Así que si este libro conmueve no es por haber fundado un matiz genérico, sino porque late en él un temperamento que les es propio.