jueves, 12 de julio de 2012

Sobre "Escritos Póstumos" de Jorge Luis Acha




A 15 años de su fallecimiento, se editan por primera vez en tres volúmenes los Escritos Póstumos del pintor, educador y cineasta argentino Jorge Luis Acha (1946-1996) cuya copiosa producción literaria permaneciera inédita en vida.
 
Publicado por Alción Editora y con un estudio preliminar de Gustavo Bernstein, el primer tomo se articula en torno a un tríptico cuyo eje es uno de los temas esenciales de este artista polifacético: el dilema identitario que pugna en América desde la colisión cultural que se destara a partir del 12 de octubre de 1492; fecha que los eurocentristas pregonan como descubrimiento y los indigenistas tildan de invasión.
 
Acha interpela ese hiato nominativo trazando en los sucesivos textos un itinerario por las diversas estrategias de dominación y resistencia por el que ha deambulado la identidad en trance americana, indagando tanto en la colonización europea del imaginario precolombino como en la apropiación indígena de lo sobrenatural cristiano y/o de su cómplice, la superstición positivista.
Como mojones de un trayecto, las piezas permiten establecer tres estadios emblemáticos en la interacción del indio y del hombre blanco.
 
Homo-Humus, primera obra de la trilogía, cobija los escarceos iniciales en el descubrimiento y reconocimiento del otro, en un entorno selvático y exuberante alusivo a ese espacio edénico en el cual lo foráneo irrumpió sobre lo nativo.
 
Su eje narrativo es la expedición que a finales del siglo XVIII emprendieron el geógrafo y naturalista prusiano Alexander von Humboldt y su colega, el galo Aimé Bonpland, junto a tres indios yaruros por el río Apure –principal afluente del Orinoco–; que quedaría registrada en su libro Viaje a las regiones equinocciales del Nuevo Continente.
 
Ese texto recreado como un juego especular donde la taxonomía positivista del alemán, que clasifica y cataloga el “nuevo mundo” como un misionero de la avanzada del progreso, confronta con la concepción animista del indígena según la cual toda manifestación de la naturaleza viene dotada de alma y se inscribe en un orden de lo sagrado.
 
Blancos, segunda de las piezas inéditas, se ubica en una instancia intermedia de la relación de fuerzas, con la avanzada europea ya instalada en enclaves urbanos en los que ha impuesto su señorío y aparato doctrinal, pero en plena campaña de apoderamiento de vastas regiones aún en manos de la activa resistencia nativa.
 
El capital simbólico de ambos bandos ha padecido usurpaciones recíprocas, evidenciando signos de un progresivo mestizaje e incluso otros bienes culturales también han trocado de bando; entre ellos: el caballo, agenciado por el indio como símbolo de su identidad y arma letal de su estrategia guerrillera: el malón.
 
El relato se ubica en los estertores postreros de la campaña militar contra el indio emprendida por el general Roca –camuflada bajo el eufemismo de La conquista del desierto– en la que juega un rol determinante el terror atávico ocasionado en el aborigen por esa espectral invención bélica que fueron Los blancos de Villegas, aquel regimiento de níveos equinos comandado por el general homónimo y conocido como “el malón blanco”.
 
San Michelín completa el ciclo en el marco de la metrópoli actual, donde los imaginarios otrora enfrentados aparecen fusionados y transfigurados en el mismo espacio vital. La resistencia nativa asume ahora ribetes larvados en los rasgos de San Michelín, “El santo de la gomería”, un inmigrante boliviano originario de Tiahuanacu, de vida promiscua y violenta, que en sus raptos místicos se cuelga a una cruz y prodiga milagros ante fieles y devotos.
 
La prensa le ha asignado al personaje dotes de mito popular y Angélica, una antropóloga interesada en los fetiches urbanos, queda sugestionada por el personaje, promoviendo un vínculo poblado de contrastes donde resuenan las napas freáticas de la América oprimida y la inmaculada claridad del Iluminismo académico.
 
El dúo protagonizará un hecho que la legislación penal tipificaría criminal, pero según los indicios míticos del relato podría operar como una ceremonia sacra. ¿Michelín asesina a Angélica o la ofrenda a los dioses? ¿Estamos ante un psicópata y su víctima o ante un sacerdote y su vestal? ¿Es la historia de una pasión entre dos desquiciados o el destino de dos ungidos que acatan un mandato divino: él, inmolar lo más puro que ama; ella, entregarse en holocausto?
 
Pese a recursos estilísticos dispares, las tres piezas progresan mancomunadas bajo los efectos de un mismo régimen lumínico, por vía del cual la colisión de dos idearios se plantea como un debate entre lo radiante y lo sombrío; y bajo esa óptica, el tríptico podría vindicarse como una alegoría de la luz (o acaso de la sombra) que se cierne sobre el continente.